Consejero denuncia imposición de declaratoria presidencial en Honduras
Elaborador por: Ester Oliva —Historiadora—
27 nov (AHN) En los últimos años hemos reducido el acto de votar a una simple preferencia partidaria, casi al nivel de elegir un equipo de fútbol. Sin embargo, votar es mucho más que apoyar colores o siglas: es un acto profundamente político y patriótico que determina el rumbo del país, el tipo de sociedad que queremos construir y el futuro que heredarán las próximas generaciones. Recuperar esa conciencia cívica es urgente, especialmente en tiempos de incertidumbre y manipulación.
El escritor Froylán Turcios recordaba que el civismo constituye al ciudadano en el marco de la dignidad. Y añadía que esa dignidad es una forma de identificarse y de defenderse frente a los imperialismos. Esta reflexión no es una frase para los libros de historia: sigue vigente. El civismo no es solo un sentimiento; es también un deber. Cuando los líderes políticos atacan de manera sistemática el sistema electoral, debilitan la institución más importante de una democracia: el voto. En ese contexto, defender las urnas, vigilar el proceso y asumir el papel de observadores se vuelve una responsabilidad colectiva. Así como millones siguieron con esperanza el triunfo histórico de Xiomara Castro, con la misma convicción debemos acompañar el proceso del próximo 30 de noviembre.
No es una aspiración idealista: es un mandato constitucional. La Constitución de la República y la Ley Electoral establecen que Honduras es un Estado de derecho, democrático y constituido como República; por lo tanto, la soberanía reside en el pueblo. Asimismo, el sufragio es un derecho universal, obligatorio, igualitario, directo, libre y secreto. Cada proceso electoral es la expresión práctica de esa soberanía, mediante la cual el pueblo elige a los funcionarios que integrarán los cuerpos de gobierno. En otras palabras, sin voto no hay democracia, y sin democracia no hay derechos.
En este contexto regional, la disputa política no es casual. En América Latina, la izquierda ha recuperado espacios importantes: Honduras, Colombia, Chile, Brasil y México son ejemplos recientes. No se trata de una coincidencia ni de una moda. La izquierda logra conectar con las mayorías porque muchos de los derechos sociales que hoy gozamos —educación pública, salud, conquistas laborales, participación ciudadana— surgieron de luchas populares impulsadas por ella. La izquierda propone, construye, amplía derechos. La derecha, por el contrario, intenta reducir la política a una batalla contra la izquierda misma, como si su única misión fuera frenarla y no ofrecer soluciones al pueblo. Es un proyecto sin contenido, sin futuro.
Por eso, en un mundo donde sectores conservadores buscan resurgir alimentando el miedo, las falsas narrativas y la confrontación, la herramienta más poderosa que tiene el pueblo para detener la regresión es el voto. Es justamente el voto el que más hiere los egos de las élites que se creyeron dueñas del país; es el voto el que desmonta los privilegios y abre camino a las transformaciones. Y así como ocurrió en distintos países de la región, la izquierda seguirá presente en Honduras mientras exista un pueblo consciente de su poder y decidido a defender sus derechos.
La democracia se sostiene con instituciones, pero también con ciudadanos comprometidos. Defender el voto es defender la patria. Cuidar las urnas es cuidar nuestra dignidad. Y ejercer el derecho al sufragio con responsabilidad es garantizar que las próximas generaciones hereden un país más justo, más libre y solidario.
Hoy más que nunca, Honduras necesita civismo. Necesita memoria. Necesita valentía. El 30 de noviembre no es una fecha cualquiera: es una oportunidad para demostrar que la soberanía no se negocia y que, como decía Turcios, la dignidad del pueblo es su mejor defensa contra quienes pretenden arrebatársela.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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