Candidato a designado presidencial de Libre denuncia “injerencia extranjera” en Honduras
Elaborado por: Leoncio Alvarado Herrera
Tegucigalpa, 11 dic (AHN) Según la lógica histórica del poder estadounidense, un país se convierte en “dictadura”, “comunista”, “terrorista”, “antidemocrático” o “narcotraficante” cuando posee recursos estratégicos como oro, petróleo, gas, tierras raras o minerales, y decide administrarlos de manera soberana, sin concedérselas al imperio.
Lo mismo ocurre con aquellos territorios que ocupan posiciones geopolíticas clave, ya sea para fines militares, rutas comerciales o corredores del narcotráfico. Si un país no se alinea, de inmediato recibe la etiqueta conveniente y la amenaza de sanciones económicas.
La contradicción es evidente. Venezuela, Cuba y Nicaragua son señalados como antidemocráticos, mientras en otros países, como Honduras, EE UU respalda gobiernos impuestos de espaldas a la voluntad popular, sin cuestionar la falta de legitimidad. Ese doble rasero se repite una y otra vez en América Latina y el Caribe: Estados Unidos interviene, presiona o directamente moldea gobiernos utilizando a las derechas locales como brazo operativo, y luego exporta esa imagen como “democracia”.
Tampoco sorprende que las guerras promovidas o respaldadas por EE. UU. beneficien a actores con reservas de minerales estratégicos y recursos energéticos, como ocurre en Ucrania e Israel. Y cuando un país se rehúsa a entregar sus recursos, la guerra se ejecuta en su contra: ahí están los ejemplos del Congo o la presión permanente sobre Venezuela, hogar de la mayor reserva de petróleo del planeta. Esa es la lógica real detrás de los discursos de “libertad”.
Porque no se trata de liberar pueblos; esa narrativa es una farsa. Basta ver los países calificados como “libres” por la hegemonía occidental: muchos siguen sumidos en la pobreza. Honduras, con más de 130 años de supuesta libertad, mantiene a más del 60 por ciento de su población en condiciones de pobreza. Y la situación se replica en gran parte de América Latina. Haití, símbolo extremo de ese modelo, es otro ejemplo desgarrador: “libertad” sin dignidad, sin soberanía y sin bienestar.
Mientras tanto, los pueblos que defienden sus recursos, su soberanía y su dignidad terminan convertidos en blancos de campañas mediáticas, sanciones, acusaciones infundadas y asedios diplomáticos. Se construyen narrativas para demonizarlos y convencer al mundo de que son una amenaza. Eso sucede con Venezuela y con otros países que intentan decidir su destino sin tutelaje externo. La injerencia es tan profunda que incluso pretenden escogerles presidentes y autoridades como si fueran simples sucursales extractivas de la industria dominante.
Paradójicamente, quienes se autoproclaman defensores de la “paz”, la “democracia” y la “libertad” patrocinan guerras como la de Gaza, que ha dejado decenas de miles de civiles muertos; envían misiles al Caribe; presumen de ser los mayores exportadores de armas del mundo y al mismo tiempo no logran frenar el consumo masivo de drogas en su propio territorio. ¿Esa es la libertad que promueven? ¿Esa es la democracia que intentan imponer?
Para comprender estas contradicciones, es necesario profundizar en la lógica de dominación global. Detrás de cada acusación contra un país “rebelde” hay una verdad que el hegemón intenta ocultar: la disputa por el control de los recursos, los territorios y las decisiones soberanas. Una verdad sistemáticamente invisibilizada, estigmatizada y distorsionada por el aparato mediático y político del capitalismo mundial.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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