Rosa en la vigilia: Cuando Caracas latía al ritmo de Chávez – Un relato desde el corazón de la montaña

Elaborado por: Fernanda Lores

30 jul (AHN) La noche del 27 se hizo madrugada en el Cuartel de la Montaña, y el aire, cargado de memoria y amor, temblaba. No era solo el frío de la madrugada caraqueña lo que erizaba la piel; era la certeza de estar pisando tierra sagrada, a punto de conmemorar los 71 abriles del Comandante eterno. Y allí, entre la sombra expectante, la emoción ya afloraba en susurros y ojos brillantes.

Desde las alturas, la ciudad rendía su canto

Asomados a la inmensidad, el espectáculo era sobrecogedor: Caracas entera parecía alzar sus brazos de concreto hacia la Montaña. Edificios vecinos convertidos en altares, sus azoteas bullían de vida. Pantallas gigantes lanzaban destellos de su sonrisa, la música —su música— tejía un manto sonoro sobre la urbe, y los fuegos artificiales estallaban como corazones en éxtasis, pintando el cielo de rojo, azul y amarillo. Pero lo más poderoso no se veía, se escuchaba: un rumor profundo, constante, como el oleaje del mar. Era el murmullo de una ciudad entera, una ola imparable de agradecimiento que subía desde cada barrio, cada callejón, cada plaza, hasta estrellarse contra las paredes del Cuartel. “¡Chávez vive!”. Y en ese grito colectivo, silencioso y ensordecedor a la vez, no había duda: la Patria latía con fuerza.

Encuentros que son abrazos al alma

En ese espacio de recogimiento y fervor compartido, la historia caminaba a nuestro lado. La emoción se multiplicó al compartir el momento con la indomable comandanta Nidia Díaz. Un instante quedará grabado a fuego: el saludo del Presidente Nicolás Maduro. Al verla, su rostro se iluminó con genuino afecto y reconocimiento. “Comandanta, ¡qué gusto encontrarnos aquí!”, le dijo. No fueron solo palabras; fue un tributo entre luchadores, un hilo de continuidad tejido en presente. A su lado, la fuerza inquebrantable de Cilia Flores, la serenidad estratégica de la Vicepresidenta Delcy Rodríguez, la lealtad de Diosdado Cabello, y la presencia siempre elocuente de Jorge Rodríguez. Eran más que figuras; eran custodios de un sueño colectivo.

El Peso dulce de la emoción

Confieso, querido lector, que mientras te hago este resumen, las lágrimas vuelven a asomar y el pañuelo se humedece nuevamente. “Estoy moqueando como una pava”, sí. Pero son lágrimas que no escondo, porque nacen de un amor profundo, de un agradecimiento infinito que se renueva cada vez que su voz resuena en la memoria. Son lágrimas que lavan el alma y fortalecen el compromiso.

Una rosa para el eterno

Del suelo sagrado del Panteón Nacional, antes de partir hacia la Montaña, una rosa me llamó. No fue un gesto planeado, fue un impulso del corazón. La traje conmigo, un pedacito de su reposo eterno para ofrendarlo en el lugar donde su luz sigue encendida. Sus pétalos, rojos como su pasión, guardaban el rocío de la madrugada y el polvo sagrado de la historia. Era más que una flor; era un símbolo, un puente entre el ayer y el hoy, entre el sueño y la batalla que sigue.

Amanecer con el comandante

Y así, entre cohetes, cantos, silencios elocuentes y esa presencia tangible que llena cada rincón de la Montaña, llegó el 28 de julio. No es un día cualquiera. Es un latido más en el corazón de la Patria. Ver amanecer aquí, sintiendo el pulso agradecido de Caracas, fue recordar que Chávez no se fue. Se sembró. Y de esa siembra, brotamos millones, con las manos sucias de trabajo, los ojos claros de esperanza y el pecho inflamado de su legado

Hoy, con el sol iluminando la ciudad que él amó hasta el delirio, sosteniendo mi rosa del Panteón y con el alma aún estremecida, solo puedo repetir, con la voz quebrada pero firme:
¡Chávez Vive! ¡La Lucha Sigue!
¡Hasta la Victoria Siempre!

La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.

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