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Elaborado por: Ester Oliva
Tegucigalpa, 18 jul (AHN) Por décadas, el bipartidismo hondureño ha prometido estabilidad, institucionalidad y democracia. Hoy, a las puertas de un nuevo proceso electoral, solo ofrece desorden, traiciones internas y un evidente nerviosismo por perder el control que históricamente han mantenido sobre el aparato electoral.
La renuncia de la consejera Ana Paola Hall al Consejo Nacional Electoral —CNE— no es un hecho aislado, sino el síntoma de una enfermedad profunda que consume a los partidos tradicionales desde adentro.
El consejero Marlon Ochoa lo expresó sin ambigüedades: la presión viene del bipartidismo para cometer ilegalidades y fraude. Su denuncia no solo es valiente, sino que confirma lo que muchos sectores de la sociedad ya sabían: el sistema político ha sido secuestrado para perpetuar el poder de unos pocos, en detrimento de la voluntad popular.
La renuncia de Hall ha encendido las alarmas. Con ella fuera del tablero, el bipartidismo se siente amenazado, y no porque les preocupe la transparencia, sino porque temen perder el control del sistema de Transmisión de Resultados Electorales Preliminares —TREP—, una herramienta que ha sido clave en procesos anteriores para consolidar fraudes electorales.
En medio de esa crisis, Cossette López, continúa empujando el proceso de contratación de empresas para el TREP, como si nada pasara. Su urgencia no parece responder a un calendario democrático, sino a una agenda más oscura: dejar el fraude encaminado.
Aquí es donde las diferencias ideológicas entre los consejeros cobran sentido. López exige una “intromisión humana”, lo que en la práctica significa la posibilidad de alterar resultados. Ochoa, en cambio, defiende una “verificación humana”, es decir, una participación ciudadana real que garantice transparencia. Esta diferencia no es menor: es la línea entre democracia y manipulación.
Por otro lado, el espectáculo del bipartidismo en el Congreso Nacional y en las calles no deja dudas de su decadencia. El Partido Nacional y el Partido Liberal, acostumbrados a repartirse el poder, ahora se enfrentan como enemigos, acusándose mutuamente de corrupción, ilegalidades y traiciones. Sus movilizaciones carecen de contenido ideológico; son desfiles de vanidades, ejercicios para demostrar fuerza política que ya no tienen.
Tito Asfura, figura emblemática del nacionalismo, ha declarado su desconfianza hacia el Partido Liberal, una señal clara de que las supuestas alianzas entre ambos partidos no son más que estrategias coyunturales sin verdadero compromiso con el país. Lo que mueve a estos partidos no es un proyecto de nación, sino la necesidad de asegurar cuotas de poder, sin importar a qué costo.
Del lado del Partido Liberal, el panorama es aún más desolador. Lo que debería ser un espacio para el debate de ideas y la renovación política, se ha convertido en un campo de batalla entre egos desmedidos. Salvador Nasralla actúa como un caudillo, imponiendo su voluntad sin consensos. Roberto Contreras, por su parte, mantiene el cargo de presidente del partido como si fuera un adorno más en la oficina.
Este caos no es casualidad. Es la consecuencia lógica de un modelo político agotado, que ya no representa ni organiza al pueblo, sino que sirve a las élites para mantenerse a flote. Y mientras ellos se pelean, Honduras sigue esperando respuestas a sus verdaderos problemas, el saqueo institucional electoral.
La estabilidad que ofrece el bipartidismo es una farsa. Lo único estable en sus filas es el cinismo. Y aunque intenten vendernos esta novela como una disputa democrática, el guion es el mismo de siempre: una clase política aferrada al poder, traicionando los intereses del pueblo.
A pocos meses de las elecciones, la ciudadanía debe tener claridad: no hay democracia posible si las reglas del juego están manipuladas desde antes. No hay estabilidad si quienes compiten están dispuestos a todo, menos a respetar la voluntad popular. Y no hay futuro para Honduras si seguimos apostando por un sistema donde las peleas entre caudillos sustituyen los proyectos de país.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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