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Elaborado por: Leoncio Alvarado Herrera
Tegucigalpa, 5 sep (AHN) Si hay naciones que conocen a fondo las formas de operar del imperialismo, sus mentiras, sus métodos y sus lógicas de dominación, son aquellas que han resistido por décadas sus agresiones. Desde la proclamación de la Doctrina Monroe en 1823, Estados Unidos ha intentado imponer su hegemonía en América Latina y el Caribe.
Pero de esas continuas injerencias también ha nacido una conciencia colectiva que ha permitido a muchos pueblos no solo defender su soberanía, sino además desenmascarar las múltiples artimañas del poder imperial, las cuales son totalmente injustas. En nuestra región, ejemplos como Venezuela, Cuba y Nicaragua demuestran que es posible poner los valores humanos y la autodeterminación por encima de los intereses del capital.
El reciente ataque del 2 de septiembre, cuando las fuerzas armadas de EE. UU. destruyeron, en aguas internacionales, una supuesta lancha con droga proveniente de Venezuela ilustra nuevamente esta lógica de violencia. Washington asegura que la embarcación transportaba droga hacia su territorio; sin embargo, hasta ahora no ha presentado pruebas concretas de dicho contenido.
Lo único claro es la incertidumbre: ¿fue realmente una acción antidroga o simplemente una maniobra de intimidación contra Venezuela? En cualquier caso, si fuera cierto, la acción violaría principios elementales del derecho internacional, al ejecutar un ajusticiamiento extrajudicial sin proceso legal ni pruebas.
No es la primera vez que el imperio recurre a estas prácticas. La historia de la Revolución cubana lo confirma. Tras las nacionalizaciones, la CIA y los medios corporativos transnacionales tejieron infinidad de teorías falsas para minar la moral del pueblo: en una de ellas, se decía que el Che Guevara, líder revolucionario, había sido asesinado por Fidel Castro, que estaba preso o que había traicionado la causa.
Todo era mentira, pero la intención era clara: sembrar caos y debilitar el proceso revolucionario. Ese mismo patrón se repite hoy contra Venezuela. Se exagera la pobreza, se inventan carteles como el de “los Soles”, se acusa al gobierno de narcotráfico y dictadura, se sataniza a Nicolás Maduro. Todo con un mismo objetivo: debilitar la revolución bolivariana y doblegar a un pueblo que defiende su soberanía: totalmente al margen de la realidad.
La destrucción de la lancha, cuyo video incluso se sospecha pudo ser manipulado mediante inteligencia artificial, se convierte así en un símbolo lleno de mala intención. Es la muestra de que, al agotarse otros métodos de presión, como el bloqueo económico, el imperio recurre a lo único que le queda: la fuerza bruta. Y lo hace con la misma crueldad con que en el pasado justificó guerras absurdas, como la invasión a Irak por la supuesta creación y posesión de armas nucleares, las cuales jamás existieron.
Es vergonzoso que varios gobiernos de la región, en vez sumarse a la defensa de la autodeterminación y los valores genuinos de los pueblos, se han convertido en serviles y alineados con Washington, se suman a estas narrativas falsas con sus pronunciamientos y declaraciones infundadas.
Y muchos de ellos incapaces de resolver sus propias crisis internas. Porque mientras sus pueblos enfrentan pobreza y desigualdad, se arrodillan ante el capital extranjero solo para favorecer pequeñas sucursales del imperialismo dentro de sus naciones. Sin embargo, por más que apoyen la farsa mediática, la verdad acaba imponiéndose, y los pueblos tienen memoria, aprenden y avanzan en conciencia.
La esencia del capitalismo se resume en esto: agresividad, violencia y guerra. Un sistema que convierte la mentira en herramienta y que se sostiene mediante la hegemonía militar y financiera. Cuando todos los demás recursos fallan, su último recurso son las balas y las bombas. Y todo por imponer su control y explotar los recursos naturales a su manera: así como lo quiere hacer con el petróleo, oro y gas de Venezuela.
Frente a ello, la lección de los pueblos en resistencia es clara. Con conciencia, organización y firmeza, se puede enfrentar la agresión y defender la patria. Venezuela, Cuba y Nicaragua nos muestran que no todo está perdido, que aún es posible resistir al colonialismo moderno.
Su mensaje es esperanzador para quienes sueñan con liberarse de la dominación y construir un futuro distinto, donde la soberanía y la dignidad prevalezcan sobre los intereses de un imperio en decadencia. Los intentos de debilitar a los pueblos revolucionarios mediante farsas y engaños, cuando son desenmascarados, no los quiebran: por el contrario, fortalecen aún más su resistencia y convicción.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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