Congreso hondureño recibe anteproyecto de Presupuesto General de 2026
Elaborado por: Lois Pérez Leira
8 sep (AHN) La operación militar anunciada por las Fuerzas Armadas de Yemen contra los aeropuertos de Lod y Ramon y un objetivo en Dimona no puede entenderse como un hecho aislado. Es la prolongación de una lucha histórica: la de un país pequeño, empobrecido y asediado, que ha decidido no inclinar la cabeza frente a la hegemonía regional y mundial.
Yemen, a pesar de los años de bombardeos, hambre inducida y bloqueo implacable, no solo ha sobrevivido, sino que ha encontrado en la resistencia un elemento de dignidad nacional. El mensaje que envía con sus drones no es únicamente militar: es político y moral. Yemen grita al mundo que la causa palestina sigue viva, que la injusticia de Gaza no se puede normalizar y que la ocupación no será aceptada en silencio.
La grandeza de esta posición radica en la coherencia. Mientras muchas potencias árabes han optado por normalizar relaciones con Israel, Yemen mantiene una línea clara: el apoyo incondicional al pueblo palestino. Esa firmeza convierte a Saná en un faro de resistencia en una región donde la geopolítica suele imponerse sobre la ética.
Por supuesto, el costo humano en Yemen es inmenso. La guerra y el bloqueo han empujado a millones a la desesperación. Pero sería un error culpar al pueblo yemení por levantar su voz contra la injusticia. La raíz de su sufrimiento está en la agresión externa y en el intento de quebrar a una nación que, contra todo pronóstico, ha demostrado capacidad de resistencia, ingenio tecnológico y cohesión frente al enemigo.
El verdadero dilema no está en las acciones de Yemen, sino en la indiferencia internacional. Occidente guarda silencio cuando los niños de Saná mueren de hambre, pero se alarma cuando drones y misiles desafían a Israel. Esa doble vara revela la hipocresía de un orden mundial que protege al opresor y condena al oprimido cuando osa defenderse.
Hoy Yemen se levanta no solo por Palestina, sino también por sí mismo. Sus ataques son una declaración de existencia: “seguimos aquí, seguimos luchando”. Y en esa voz hay una lección que incomoda a muchos: que la dignidad de un pueblo no se puede aniquilar con bombas ni bloqueos.
El futuro de Yemen sigue siendo incierto, pero su ejemplo ya está escrito. En medio del hambre y la ruina, ha elegido resistir y solidarizarse con otros pueblos oprimidos. Eso, en tiempos de claudicación y traiciones diplomáticas, lo convierte en un actor incómodo, pero también en uno de los últimos bastiones de dignidad en Oriente Medio.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias
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