Delegación hondureña impone su talento en Juegos Centroamericanos
Elaborado por: Leoncio Alvarado Herrera
3 oct (AHN) La influencia de la Inteligencia Artificial (IA) y de las redes sociales en la política hondureña se ha intensificado en los últimos años, al punto de convertirse en actores determinantes en la configuración de la opinión pública. Estas tecnologías no solo sirven como vehículos de difusión masiva de ideas partidarias, sino que también nos obligan a adoptar una postura más crítica frente a las fuentes de información. Cada plataforma digital orientada a la difusión política actúa como un minimedio de comunicación que, al igual que los medios tradicionales, asume una posición determinada y la defiende. En este proceso, inevitablemente se entremezclan objetividad y sesgo.
Históricamente, los medios corporativos privados han gozado de credibilidad, lo cual les ha otorgado gran influencia en la opinión pública. Sin embargo, en las últimas décadas, al alinearse con partidos políticos tradicionales en decadencia, se han visto forzados a recurrir a estrategias cada vez más evidentes de manipulación y desinformación. Ante las críticas, suelen ampararse en el discurso de la “libertad de expresión”, lo que, en la práctica, contribuye a la institucionalización de la desinformación. Este fenómeno ha erosionado su prestigio y los ha arrastrado a la misma pérdida de legitimidad que experimentan las estructuras políticas a las que responden.
Las redes sociales emergentes como TikTok, X (antes Twitter), Facebook o YouTube han relativizado la comunicación política, permitiendo un acceso más directo, inmediato y aparentemente espontáneo a la información. En este entorno, los bots desempeñan un papel crucial: cuestionan a medios y figuras políticas de relevancia, generan debates y, en muchos casos, logran un impacto significativo en la opinión pública. No obstante, el contenido político que circula en estas plataformas suele caracterizarse por contrastes abruptos, ironías, sesgos ideológicos, verdades, verdades parciales e, incluso, noticias falsas fabricadas mediante IA.
Este panorama plantea un dilema en torno a la objetividad. La abundancia de fuentes digitales obliga a los ciudadanos a realizar un análisis más riguroso de la información para determinar su credibilidad. Si bien esto puede fomentar el pensamiento crítico, también multiplica las posibilidades de manipulación. Los bots, al operar como minimedios de comunicación, vigilan y exponen errores, actos de corrupción o conductas inapropiadas de los funcionarios públicos y también de la matriz mediática tradicional politizada. De esta manera, pueden contribuir a fortalecer la fiscalización ciudadana. Sin embargo, no siempre prima la verdad: muchas veces los intereses políticos se imponen sobre la responsabilidad ética, y se difunden montajes audiovisuales o contenidos manipulados para desprestigiar a determinados actores políticos. En Honduras, ya se han registrado campañas de desprestigio construidas con inteligencia artificial, lo que revela el nivel de guerra cognitiva que caracteriza el actual escenario electoral.
En este contexto, la intencionalidad política en la difusión de mensajes es evidente. Basta con observar cómo, de un discurso de 45 minutos, algunos medios extraen apenas 30 segundos para presentarlos como representativos del mensaje completo, desvirtuando así el contenido original y recontextualizándolo con fines estratégicos.
No obstante, hay un elemento más sólido que la IA y los bots en la formación de la opinión pública: la realidad tangible. Los hechos concretos, las obras y el impacto social de las políticas públicas son pruebas que difícilmente pueden ser ocultadas o sustituidas por narrativas mediáticas. En Honduras, la inversión pública impulsada por la presidenta Xiomara Castro constituye un ejemplo de cómo los beneficios palpables pueden neutralizar la desinformación: los ciudadanos que son partícipes de estas obras poseen un criterio basado en la experiencia directa, menos susceptible a la manipulación digital.
La guerra cognitiva en el escenario político hondureño también se traduce en una guerra ideológica, donde los medios de comunicación tradicionales defienden los intereses de sectores privilegiados y los nuevos actores digitales disputan el control de la narrativa pública. Frente a este panorama, la presencia de IA y bots genera un entorno político más complejo, que exige mayor capacidad crítica, investigación constante y un esfuerzo colectivo por defender la objetividad y la verdad.
Finalmente, cabe preguntarse: ¿esta proliferación de discursos y herramientas digitales fortalece o debilita la seguridad democrática en los procesos electorales? La respuesta no es sencilla, pues conviven beneficios y riesgos. Lo que sí es evidente es que la política hondureña ha entrado en una nueva etapa, donde la lucha por las conciencias se libra tanto en el espacio físico como en el digital, y donde el pensamiento crítico ciudadano se convierte en la defensa más sólida frente a la manipulación.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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