• diciembre 17, 2025

Golpe nacional e internacional contra la soberanía popular en Honduras

Elaborado por: Leoncio Alvarado Herrera

Tras la más reciente jornada electoral en Honduras vuelve a instalarse el ya conocido clima de incertidumbre. Una vez más, el sistema colapsa, los resultados no aparecen y la ciudadanía se queda a la espera de que el organismo electoral exprese, si es que aún puede, la voluntad depositada en las urnas el pasado 30 de noviembre. Esta repetición de fallas mina cualquier confianza en que el proceso refleje genuinamente la soberanía popular.

La noción de un Estado representativo parece haberse vaciado de contenido. En lugar de que el pueblo elija a sus representantes, es la propia élite política la que, mediante acuerdos opacos e intereses de clase, termina definiendo la composición del poder. El ciudadano queda reducido a un actor simbólico dentro de un montaje electoral que sirve para preservar la fachada de un país democrático, aunque en el fondo la representatividad sea cada vez más precaria. La injerencia externa, el lobismo y los pactos al margen de la ley contaminan el proceso desde su origen, limitando la capacidad real del pueblo para decidir quién lo gobierna.

De poco sirve aumentar presupuestos o modernizar procedimientos si no existe un compromiso auténtico con valores democráticos tanto de los órganos electorales como de la clase política hondureña. Sin una transformación ética y cultural profunda, la voluntad popular seguirá expuesta a la manipulación y al secuestro institucional.

Esta crisis no es nueva. La soberanía popular en Honduras ha sido sistemáticamente golpeada durante las últimas décadas: el golpe de Estado de 2009, los fraudes electorales de 2013 y 2017, y ahora el boicot electoral de 2025, conforman una secuencia de atentados que han debilitado la legitimidad del sistema político. En muchos de estos episodios ha pesado la influencia de Estados Unidos, cuyo poder hegemónico ha promovido una versión interesada de “democracia”, funcional a sus propios objetivos geopolíticos y no a las necesidades del pueblo hondureño. Lo que el expresidente Donald Trump hizo con Honduras se inscribe en una larga tradición de políticas exteriores estadounidenses hacia América Latina, sin importar el partido en turno.

A ello se suma la maquinaria ideológica de la derecha, tanto internacional como nacional, que continúa moldeando percepciones y condicionando opiniones a través de su aparato mediático corporativo. Aunque las crisis se repitan, un sector de la población aún cree que las mismas fuerzas conservadoras y la tutela estadounidense ofrecen soluciones duraderas. Es una expresión de un pueblo históricamente oprimido que requiere procesos profundos de reflexión crítica para comprender el origen estructural de sus problemas.

La derecha ha construido un proyecto que promueve el olvido del pasado y de la memoria histórica, sustituido por una promesa futurista que nunca llega. Ese borrado de la historia favorece la repetición de patrones: el pueblo, atrapado en un círculo vicioso, vuelve a caer en las mismas trampas que socavan su capacidad de autodeterminación.

La manipulación de la soberanía popular en los últimos años es innegable. Solo un pueblo consciente de su realidad, políticamente alfabetizado y dispuesto a romper con el yugo histórico que lo oprime, podrá reclamar una democracia auténtica y liberar la voluntad popular de quienes la han secuestrado.

Eso sí, existe una parte del pueblo hondureño que ya reconoce esta realidad y está decidida a luchar por una democracia más limpia, transparente y auténtica. Es ese sector de la población que rechaza la democracia de fachada, diseñada para preservar los privilegios de una clase política subordinada a la élite del poder.

La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.

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