• diciembre 17, 2025

La democracia hondureña en riesgo: solo el pueblo puede rescatarla

Elaborado por: Leoncio Alvarado Herrera

Tegucigalpa, 4 dic (AHN) Honduras acaba de celebrar las elecciones más costosas de su historia, con una inversión de 1,737 millones 500 mil lempiras. Sin embargo, semejante desembolso no ha sido suficiente para garantizar que se respete la voluntad popular. Y no es un problema exclusivo de este proceso electoral: desde hace décadas, el país arrastra una democracia de fachada, una especie de vestimenta impecable que encubre un fondo impuesto por actores de poder, nacionales e internacionales, que ajustan las reglas del juego según sus propios intereses. El dilema no es presupuestario, sino político: se trata de las intenciones de quienes operan detrás del proceso electoral y lo condicionan.

En estos comicios queda en evidencia un boicot, aún en marcha, al sistema electoral, expresado en la manipulación del Sistema de Transmisión de Resultados (TREP) y en las constantes caídas del sistema. Mientras la ciudadanía revive un déjà vu del fraude de 2017 y los llamados “votos rurales 2.0”, un sector de la población continúa legitimando este tipo de democracia por conveniencia. Pero eso sí existe otro sector, cada vez más consciente, que reconoce que la voluntad del pueblo está siendo nuevamente secuestrada. En este escenario, solo el propio pueblo puede salvarse a sí mismo: ¿Por qué más de 30 mil observadores electorales no han identificado nada grave en este proceso?

El pueblo hondureño ha sido atacado sistemáticamente mediante narrativas de miedo, con mitos y otros métodos diseñados para neutralizar su protagonismo político. En un país donde se ha normalizado que triunfe quien mejor manipule mediante redes de activismo ilícito y lobismo con las entidades encargadas de contabilizar la voluntad popular, la democracia termina sirviendo únicamente a una decena de familias y a unos cuantos grupos económicos, pero no a los diez millones de hondureños que deberían ser su fundamento.

La clase política tradicional ha impuesto una percepción profundamente negativa y utilitaria de la política: la presenta como algo inútil, distante y carente de importancia, con el fin de que olvidemos su impacto real en la calidad de vida. Cada cuatro años reaparecen para manipular el voto independiente con mensajes de gobiernos extranjeros, asistencialismo y acuerdos menores. Todo ello para obtener el poder a través del mercantilismo del voto, y luego volver a la indiferencia habitual. Les conviene que al pueblo no le interese la política, porque un pueblo desmovilizado es un pueblo fácil de manipular.

Si el pueblo protesta y denuncia el fraude, inmediatamente se le acusa de actuar contra la democracia, y se le tilda de “vago” o “desestabilizador”. Cuando cuestiona a los medios corporativos de las élites, lo acusan de atentar contra la libertad de expresión. Esa es la lógica del poder: criminalizar la crítica y domesticar la inconformidad.

Hoy, la democracia hondureña vuelve a estar en riesgo. Regresan con fuerza los actores del sistema neoliberal que dominó los doce años de saqueo, respaldados por una democracia estadounidense que, en función de intereses geopolíticos y de mercado mundial, sacrifica al pueblo hondureño mediante injerencias. Y eso llega como un regalo divino a los sectores de derecha, los mismos que han sabido capitalizar la coyuntura para fortalecer el fraude.

La máscara de la falsa democracia pesa cada vez más sobre el pueblo. En las cúpulas del poder se disputan beneficios y privilegios que rara vez se transparentan, mientras se consolidan prácticas que fortalecen un monstruo electoral que crece alimentado por delitos diluidos en acuerdos y pactos entre élites. Todo ello anticipa lo que podría convertirse en el patrón de las futuras “democracias” hondureñas.

El pueblo hondureño auténtico no debe normalizar ni el fraude ni la injerencia extranjera como elementos determinantes del sistema político hondureño. No puede permitir que unas cuantas élites dicten las condiciones de su vida mientras se enriquecen a costa del esfuerzo colectivo. No debe aceptar un Estado sostenido por una democracia ficticia ni por el asistencialismo que funciona como una anestesia social, aplicada para extraer el poder durante las elecciones.

La defensa de una democracia auténtica exige valentía, organización y una conciencia política definida: el verdadero poder reside en el pueblo, y solo el pueblo puede transformar la historia que hoy intentan arrebatarle. Ya lo ha hecho antes. Fue ese mismo sector de la ciudadanía que despertó en 2009, tras el golpe de Estado, el que logró en 2021 el primer triunfo electoral más democrático de la historia reciente de Honduras. Esa es la esperanza que aún respira en el país: un pueblo dispuesto a seguir enfrentando la injerencia y el fraude que condicionan, de manera profundamente nociva, la vida de millones de hondureños.

La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.

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