Venezuela y Rusia reafirman cooperación estratégica ante hostilidades en el Caribe
Elaborado por: Leoncio Alvarado Herrera
19 dic (AHN) Diecinueve días después de celebradas las elecciones generales en Honduras, el país continúa sin presidente electo ni autoridades definidas que encabecen el Estado durante los próximos cuatro años. Lo que se disputa en esta etapa no es la transparencia ni el respeto a la voluntad popular, sino una intensa pugna de intereses, negociaciones opacas y maniobras de cúpula.
Se trata, en esencia, del reparto del poder entre élites políticas y económicas. En ese contexto, la llegada de la Navidad funciona como un escenario propicio para terminar de consumar el fraude: la atención ciudadana se desvía de la política y se concentra en la vida familiar. Así, la festividad actúa como un efecto placebo que amortigua el impacto social del fraude, hoy desplazado hacia un prolongado y sospechoso escrutinio especial.
Los llamados a la paz, la calma y la no protesta han sido históricamente utilizados por los sectores de derecha como instrumentos de desmovilización social frente al fraude electoral. No es casual que, a medida que las irregularidades se hacían más evidentes, proliferaran consignas que apelaban a la tranquilidad y la reconciliación. La Navidad, con su carga simbólica de armonía y alegría, resulta funcional a esta estrategia: genera el clima ideal para desactivar la presión ciudadana mientras se dan las últimas puntadas al fraude.
El objetivo ha sido claro desde el inicio: asegurar el triunfo de Tito Asfura sin importar las estrategias a las que se recurra. A esto se suman los medios corporativos quienes cumplen un papel importante para hacer cumplir los objetivos políticos nacionales e internacionales promovidos desde la agenda de la administración Trump.
La manipulación quedó en evidencia durante la transmisión de resultados, cuando en horas de la medianoche, aprovechando el descanso y la baja vigilancia ciudadana, se alteraron cifras clave favoreciendo al candidato de Trump. Este patrón de opacidad ha marcado todo el proceso electoral, cargándolo de incertidumbre y caos. La prolongación deliberada del conteo no responde a criterios técnicos, sino a la necesidad de ganar tiempo para reconfigurar resultados y legitimar un despojo electoral cuidadosamente planificado. El fraude se muta de una frase a otra.
La Navidad, cada vez más vaciada de su sentido humano y convertida en un evento eminentemente comercial, beneficia principalmente a los mismos grupos de poder económico: las tradicionales diez familias que controlan buena parte de la economía nacional. Aunque en el discurso se exalta la unión y la felicidad familiar, en la práctica estas festividades funcionan como un paliativo social.
Esta lógica hunde sus raíces en un modelo heredado del colonialismo, que impuso celebraciones periódicas para generar momentos breves de satisfacción y así facilitar la aceptación de un sistema que no garantiza bienestar ni dignidad para la mayoría en todo el tiempo. No es casual que, en países donde la calidad de vida es más equitativa, la Navidad no represente una ruptura radical con el resto del año: allí, la felicidad o calidad de vida no depende de fechas excepcionales, sino de condiciones estructurales que precisamente se define con una verdadera práctica de la democracia, o al menos en procesos más transparentes que los que estamos viendo en Honduras.
Desde una perspectiva capitalista, las fiestas cumplen una doble función: enajenan y regulan emocionalmente a la población, dictando cuándo se debe ser feliz, compartir y consumir. Se trata de una felicidad efímera, sostenida por un consumismo extremo, mientras en paralelo la clase política despoja al pueblo de su verdadera democracia.
Hablar de una “Navidad en paz” en el contexto electoral se vuelve entonces una estrategia discursiva que invita al olvido, mientras el rumbo del país se decide a espaldas de lo expresado en las urnas. Ojo eso no quita el derecho recrearse y ser feliz a toda persona hondureña, solo nos referimos a cómo los políticos pueden hacer de ello un momento clave para decidir el rumbo del país.
La prolongación del proceso electoral también ha jugado con las emociones colectivas. Diecinueve días de agotamiento, desinformación, noticias falsas, irregularidades y un clima de caos han impuesto una percepción artificial que no refleja genuinamente la voluntad popular. Mientras tanto, los verdaderos hilos del poder se mueven en los espacios cerrados de los partidos políticos. En ese escenario de cansancio y desgaste emocional irrumpe la Navidad, convertida en válvula de escape y aprovechada por una clase política históricamente acostumbrada a secuestrar la democracia.
La tarea del pueblo hondureño es clara: no permitir que nos arrebaten ni la democracia ni la conciencia política bajo el disfraz de la armonía navideña. Defender el poder delegado en las urnas el pasado 30 de noviembre es una responsabilidad urgente, porque cada día que pasa ese poder se erosiona y se traslada, silenciosamente, a las cúpulas partidarias.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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