Consejo de Ministros aprueba Presupuesto General 2026 sin aumentar impuestos en Honduras
Elaborado por: Lois Pérez Leira
28 ago (AHN) Cada mañana, en Argentina se despiertan con una noticia nueva que, en cualquier otra democracia, sería explosiva por sí sola. Sin embargo, aquí se han convertido en una letanía deprimente y peligrosa: las denuncias de corrupción que salpican al círculo íntimo del presidente Javier Milei.
Lo que comenzó como rumores en los pasillos de la política ahora ocupa titulares de forma explícita: presuntas coimas, negociados y un sistema de extorsión que tendría como operadores clave a los hermanos del propio Presidente, Karina y Nicolás Milei.
La situación no es solo grave; es una caldera a punto de estallar. El gobierno que llegó al poder blandiendo la espada de la “anti-política” y prometiendo barrer con la corrupción de la “casta” se encuentra ahora acusado de practicar la más cruda y tradicional de las políticas: el uso del poder para el beneficio privado.
La hipocresía percibida por la ciudadanía es un combustible de alta potencia. Y el tanque que lo contiene muestra grietas cada vez más profundas. La dirigente política y abogada Fernanda Pereira integrante de la Internacional Antiimperialista de los Pueblos señaló: ” Milei no renunciara. Hay que sacarlo con el pueblo en la calle”
Ecos de un pasado traumático
Es inevitable, y por eso mismo aterrador, que la mente colectiva viaje a diciembre de 2001. Aquel estallido social, espontáneo y furioso, bajo la consigna “¡Que se vayan todos!”, no fue el producto de un plan político opositor. Fue el grito desgarrado de una sociedad que había agotado su último gramo de paciencia y fe en sus instituciones. El resultado fue trágico: represión, muertes, la renuncia del presidente Fernando de la Rúa y su huida en helicóptero, sumiendo al país en una crisis de la que costó años recuperarse.
Hoy, los analistas más pesimistas (o quizás, los más lúcidos) temen un desenlace similar. Los ingredientes están todos sobre la mesa: una profundísima crisis económica con pobreza récord, un ajuste fiscal que golpea a los más vulnerables, una pérdida acelerada del poder adquisitivo y, ahora, la gota que podría rebalsar el vaso: la sensación de haber sido estafados. El “no hay plata” choca frontalmente con las denuncias de que, para algunos, sí la hay, pero se obtiene a través de la puerta trasera del poder.
El peligroso vacío de la oposición.
Sin embargo, existe una diferencia crucial y potencialmente más volátil entre 2001 y hoy. Aquel “que se vayan todos” era un sentimiento horizontal que no distinguía color político. Hoy, el escenario es distinto. El principal espacio de oposición, el peronismo, se encuentra fragmentado, sin un liderazgo claro y carente de una estrategia unificada capaz de capitalizar el descontento y canalizarlo políticamente.
Este vacío de conducción es extremadamente peligroso. Cuando el descontento masivo no encuentra cauces políticos orgánicos, tiende a buscarlos por fuera del sistema. La falta de una oposición con la fuerza y la credibilidad suficiente para actuar como un dique de contención y una alternativa creíble, puede dejar el campo libre para que la frustración se exprese de manera caótica y violenta. No hay “partido” que organice el descontento, por lo que, de estallar, podría hacerlo de forma tan espontánea e ingobernable como hace dos décadas.
La responsabilidad última es del poder.
Pero sería un error monumental culpar a la oposición por su debilidad. La responsabilidad primordial de evitar el incendio recae en el Gobierno. El presidente Milei tiene una deuda insoslayable con la sociedad que lo votó: debe dar explicaciones claras, contundentes y transparentes. La estrategia de negar, atacar al mensajero y desviar la atención hacia “la grieta” es un juego de alto riesgo que subestima la inteligencia y la desesperación de la gente.
Las instituciones, starting point por la Justicia, deben actuar con celeridad y independencia para investigar cada denuncia. No se puede permitir que la impunidad sea el mensaje que quede. Argentina está en un punto de inflexión. El camino que se tome en las próximas semanas –el de la transparencia y la institucionalidad o el de la opacidad y la confrontación– definirá si logramos atravesar esta crisis con la democracia intacta o si, por el contrario, nos condenamos a repetir los peores capítulos de nuestra historia.
La sombra del helicóptero es alargada. Y el sonido de sus aspas comienza a escucharse, de fondo, como un recordatorio siniestro de un pasado que no se quiere revivir.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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