Cuba y Venezuela conmemoran 25 años del Convenio Integral de Cooperación entre ambas naciones
Elaborado por: Boris Ríos Brito
Tegucigalpa, 6 oct (AHN) Las elecciones generales del 17 de agosto pasado, donde la izquierda y el movimiento popular no tuvieron representantes, dieron como resultado sorpresivo el triunfo del centroderechista Partido Demócrata Cristiano (PDC) con 1.717.532 votos, equivalentes al 24,89% del total y 32,06% de los votos válidos. En segundo lugar quedaron los votos nulos y en blanco, que sumaron 1.543.884 sufragios (22,37% del total), cuadruplicando su performance respecto a 2020. El tercer lugar correspondió al ultraderechista Alianza Libre, que obtuvo 1.430.176 votos (20,73% del total y 26,70% de los válidos).
Estos resultados obligan a una segunda vuelta en donde el pueblo boliviano debe votar entre los porcentajes más altos de los resultados de los votos válidos, es decir, entre un partido de centro derecha y otro de ultraderecha.
Para el opinador superficial se trata del “fin de ciclo” o la “derrota de la izquierda” en Bolivia, los votos han hablado y lo que viene se tiñe de derecha, dicen. Sin embargo, este escenario tiene muchos matices y sus aristas, que no abordaremos aquí, vienen de los errores propios y las contradicciones de abandonar las ansias revolucionarias por el fortalecimiento del Estado burgués y del acecho del imperialismo yanqui con una estrategia que permitió el hostigamiento permanente al Proceso de Cambio y la organización de fuerzas derechistas políticas, sociales, paramilitares y de injerencia e influencia en las instancias de seguridad del Estado que dio lugar a un golpe de Estado en 2019.
Pero el golpe no fue suficiente, pues buscaron socavar la base misma del Proceso con matanzas, criminalización, detenciones arbitrarias y un discurso absurdamente maniqueo racista y clasista, aunque toda su ingeniería contrarrevolucionaria se vino abajo con la constatación de la incapacidad y corrupción de la derecha en el poder. La llegada de Luis Arce al gobierno en 2020 daba la impresión de que el pueblo había retomado el sendero, sin embargo, con un grupo de asesores seudoizquierdistas, Arce se creyó el dueño del Proceso y desplegó como máximo objetivo de su gestión la destrucción de Evo Morales y para ello dividió a las organizaciones sociales y se adueñó de la sigla del partido de Evo, lo proscribió y se alió a la derecha para aplacar el descontento popular.
El resultado de unas elecciones nacionales sin la participación de los sectores sociales de izquierda no iba a dar un resultado favorable, era obvio que no iban a votar por la derecha, pero el pueblo decidió votar por el mal menor que fue el PDC.
El resultado es el balotaje, pero las candidaturas no son diferentes, ambos candidatos impuestos representan a la derecha. Empero, el sector articulado con el liderazgo de Evo no ha desaparecido, el movimiento cocalero de Cochabamba ha quedado como el único movimiento y organizaciones sociales. No importa tanto quién ganará porque estarán supeditados a la influencia imperialista. Lo que importa es si la capacidad popular podrá rearticular nuevamente una impronta revolucionaria que pase de la resistencia a la ofensiva.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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