Cuando la verdad se postula

Elaborado por: Ester Oliva

Tegucigalpa3 jun (AHN) Rixi Moncada se ha convertido en la figura más observada de la política nacional. Cada palabra, cada gesto, cada paso suyo es analizado, criticado y, muchas veces, distorsionado. Su trayectoria, construida a lo largo de los años con compromiso, valentía y servicio a instituciones fundamentales del país, hoy es puesta en duda por quienes nunca han hecho nada más que servirse del poder para enriquecerse.

Pese a su incuestionable aporte en distintas esferas del Estado, ahora se le niega todo mérito. No solo se le desacredita, sino que incluso se le agrede con términos misóginos y profundamente ofensivos. La califican despectivamente de “concubina”, como si su carrera no hablara por sí sola. ¿Y todas las mujeres de sus partidos? ¿También deben someterse a la bendición patriarcal de ciertos grupos para lograr algo en política? ¿Hasta cuándo tendremos que soportar que la dignidad de las mujeres se pisotee para proteger intereses de cúpulas decadentes?

La lucha por el poder en Honduras ha demostrado ser una de las más sucias. Las campañas de desprestigio no buscan construir país, sino devolverle el control al viejo bipartidismo, ese que durante décadas saqueó sin medida, reprimió sin pudor y pactó con el crimen organizado. Hoy, pretenden presentarse como la solución a todos los males que ellos mismos causaron.

¿Qué pasaría si, en un escenario improbable, el bipartidismo ganara nuevamente las elecciones generales? No es difícil imaginarlo: regresarían los hospitales móviles fantasmas, las pastillas de harina, las ZEDEs impuestas a la fuerza, la destrucción de la educación pública y el abandono de la salud. Porque así de descarados y cínicos son. Lo han hecho antes y lo harían de nuevo sin dudarlo.

Hoy la contienda ya no es ideológica, es por intereses. Compiten apellidos extranjeros, representantes directos de la oligarquía, contra un proyecto hondureño, popular, parido en la resistencia. Como ya no les funcionan sus títeres, los verdaderos dueños del poder se lanzan directamente a las urnas, desesperados por mantener sus privilegios. Ya no confían en intermediarios porque saben que el pueblo ha despertado.

Su error fue aquel mezquino 28 de junio de 2009, cuando creyeron que un golpe de Estado sería suficiente para frenar el deseo de cambio. No imaginaron que encenderían la chispa de un movimiento social inmenso, un fenómeno histórico. Hoy, el pueblo está más unido que nunca, más consciente, más organizado. Y eso les aterra. Por eso atacan, calumnian, difaman. Porque conocen el poder de un pueblo indignado, empoderado, decidido.

La verdadera libertad de expresión solo puede existir en democracia, y la democracia solo es real cuando hay igualdad de condiciones. Atacan lo más sagrado: la dignidad de una mujer, pero al mismo tiempo quieren esconderse tras el discurso de la violencia de género. Una contradicción tan burda como su cinismo. Denigran, pero se victimizan. Difaman, pero reclaman justicia. Acusan sin pruebas, porque no tienen propuestas.

¿Qué ofrecen ellos? Candidatos reciclados, corruptos confesos y narco-funcionarios. El del “trans”, el del puente caído, el de las transferencias a sus hijas, el expresidiario, el camaleón que cambia de partido como de ropa interior —como incluso lo dicen sus propios correligionarios—. Y qué decir del narcotraficante del Congreso y su hermano presidente, de la esposa del expresidente narco, de toda esa lista que haría interminable este texto si la detalláramos uno por uno.

¿Y nosotros qué tenemos?

Tenemos al partido más perseguido de la historia reciente. Al presidente más investigado, al que no le han probado un solo delito. Tenemos a la primera presidenta mujer, con la mayor inversión pública en infraestructura, con un liderazgo invisibilizado por los medios corporativos pero respetado a nivel internacional. Tenemos a una segunda mujer, Rixi Moncada, que ha combatido el fraude, ha denunciado el saqueo y no ha temido señalar a los verdaderos responsables de la ruina del país.

El miedo de las élites no es Rixi. El miedo de las élites es lo que ella representa: el avance de las mujeres, el liderazgo de los sectores populares, la organización del pueblo, la ruptura del pacto de impunidad. Rixi Moncada simboliza el futuro que ellos quieren evitar a toda costa: un país gobernado con dignidad, justicia y equidad.

Y aunque la guerra sucia arrecie, aunque los medios afines al poder económico intenten destruirla, Rixi no está sola. La acompaña la historia, la verdad, y, sobre todo, la esperanza de un pueblo que no está dispuesto a retroceder ni un paso.

La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.

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