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Elaborado por: Rafael Mendez
Tegucigalpa, 7 jul (AHN) La demostrada y sorprendente capacidad de movilización popular ha sido el factor determinante para abortar estas intentonas desestabilizadoras. La escena política colombiana se encuentra inmersa en una dinámica de alta tensión, marcada por la consolidación de las fuerzas del progresismo y la izquierda en torno al gobierno de Gustavo Petro.
Esta cohesión contrasta drásticamente con la fragmentación, dispersión y una visible desesperación que caracteriza a los sectores de derecha y centro-derecha. Esta polarización ha dado lugar a una embestida opositora que, como sugiere el titular, ha coqueteado con escenarios de desestabilización, desde la insinuación de un golpe blando hasta la mención de un magnicidio, todo ello con el fin último de evitar la continuidad del proyecto progresista más allá de las elecciones de 2026.
La radicalización de esta confrontación se ha agudizado tras el reciente atentado contra el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe. Este lamentable suceso fue inmediatamente instrumentalizado por la derecha para intentar vincular al gobierno de Petro, ya sea de forma directa o indirecta a través de la interpretación de su discurso como divisivo. La injerencia internacional no se hizo esperar, con declaraciones como las del Secretario de Estado Marcos Rubio, quien insinuó una posible conexión del presidente Petro con el atentado, amplificando la narrativa desestabilizadora y evidenciando el alcance de la presión sobre el ejecutivo.
La mano de Washington
Mario Díaz-Balar no es un nombre cualquiera en el laberinto de la política estadounidense. Es parte de ese grupo de floridanos —Marco Rubio, Rick Scott— que han convertido el anticomunismo en una industria. Su historial es claro: impulso sanciones contra Venezuela, bloqueó licencias petroleras, apoyó a María Corina Machado. Ahora, según documentos y testimonios cruzados, puso sus ojos en Colombia.Su modus operandi sigue el manual del «golpe blando»: deslegitimar mediante acusaciones sin pruebas, aislar internacionalmente y promover fracturas internas.Las pruebas muestran que Díaz-Balart no solo recibió a Leyva, sino que mantuvo reuniones paralelas con Vicky Dávila, la candidata presidencial de ultraderecha cuya vinculación con la trama ha sido denunciada por el exalcalde de Medellín, Daniel Quintero). Tomado de Cronicón
La consolidación del progresismo y la fragmentación opositora
El gobierno de Gustavo Petro ha logrado, desde su ascenso al poder, cimentar una base de apoyo en torno a las fuerzas del progresismo y la izquierda, unificando agendas y objetivos que antes parecían dispersos. Este proceso de cohesión ha sido posible, en gran medida, gracias al fortalecimiento del liderazgo del presidente Gustavo Petro, quien se ha erigido como el referente indiscutible y el articulador central de las variopintas formaciones del progresismo y la izquierda.
De ahí que el fortalecimiento del liderazgo del mandatario ha logrado convocar no solo a los partidos tradicionales de las corrientes progresistas y de izquierda, sino también a los ecologistas, a los defensores de los derechos humanos y a quienes impulsan la paz total y la reconciliación. Esta unidad ha permitido al ejecutivo avanzar en su programa de reformas, a pesar de la constante resistencia y los bloqueos parlamentarios.
En contraparte, la derecha y la centro-derecha colombianas exhiben una notoria falta de cohesión. Sus liderazgos dispersos y la ausencia de una agenda unificada que trascienda la mera oposición al gobierno, los han sumido en un estado de desesperación. Esta situación los impulsa hacia una radicalización en sus estrategias, buscando cualquier resquicio para deslegitimar al gobierno y crear un ambiente de ingobernabilidad que les permita recuperar el terreno perdido.
La estrategia del golpe blando y la reacción popular
La embestida de la oposición ha adoptado diversas formas, desde campañas de desprestigio mediático hasta intentos de socavar la legitimidad institucional del gobierno, todas ellas enmarcadas en la noción de un golpe blando. Las insinuaciones de este tipo de maniobras, que buscan erosionar progresivamente el poder del ejecutivo sin recurrir a la fuerza, no son meras retóricas, sino que reflejan una estrategia calculada para generar un ambiente de crisis que justifique una eventual interrupción del mandato presidencial.
El aprovechamiento político de eventos como el atentado al senador Uribe es una clara muestra de esta táctica, buscando capitalizar cualquier incidente para fortalecer la narrativa de un gobierno ilegítimo o ineficaz.
Sin embargo, la capacidad de movilización popular ha sido un factor determinante para abortar estas intentonas desestabilizadoras. Las calles de Colombia han sido escenario de masivas manifestaciones en apoyo al gobierno de Petro y sus reformas, demostrando que existe una base social dispuesta a defender el proyecto progresista. A esto se suman las realizaciones del gobierno, que, a pesar de los obstáculos, han logrado impactos tangibles en áreas clave como la política social, ambiental y de paz, contrarrestando el discurso opositor y fortaleciendo la percepción de un gobierno que avanza en sus promesas.
El desafío de 2026 y la polarización persistente
El horizonte de las elecciones presidenciales y congresuales de 2026 se perfila como el epicentro de la actual contienda política. La derecha y la centro-derecha saben que su futuro político depende de evitar que el progresismo y la izquierda retengan el poder, lo que explica la intensidad de su arremetida. Sus esfuerzos se concentrarán en erosionar la popularidad del gobierno, polarizar aún más el electorado y sembrar dudas sobre la viabilidad del proyecto de Petro.
No obstante, el progresismo y la izquierda se encuentran en una posición ventajosa, dada su unidad y la resiliencia demostrada. La clave para mantener el poder en 2026 residirá en la profundización de las reformas iniciadas, la consolidación de los logros alcanzados y la capacidad de mantener movilizada a su base social, siempre con el liderazgo del presidente Gustavo Petro como eje central de esta articulación.
La polarización, lejos de amainar, parece ser una constante en el panorama político colombiano, exigiendo de todos los actores una constante reevaluación de sus estrategias y un compromiso genuino con la democracia.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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