Presidenta Xiomara Castro garantiza el futuro de Honduras con nuevos proyectos
Elaborado por: Ester Oliva
Tegucigalpa, 20 sep (AHN) Un día como hoy nació en Honduras un hombre que marcaría la pauta de lo que significa gobernar con dignidad y justicia social. Hablamos de José Manuel Zelaya Rosales, conocido por el pueblo como Mel Zelaya, líder de luchas justas, presidente derrocado por un golpe de Estado en 2009 y referente de resistencia popular. Su historia es también la historia de un país que buscó un camino distinto al de las élites tradicionales, y que por eso fue interrumpido en su proceso de transformación.
Manuel Zelaya ingresó al Partido Liberal de Honduras en 1980. Su carrera política siempre estuvo marcada por un interés genuino en los problemas sociales y en la administración de los recursos naturales. Durante su primer período como diputado (1986–1989) fue presidente de las Comisiones de Recursos Naturales y Petróleo, desde donde impulsó políticas para regular la explotación de los bosques, el gas y el petróleo, conscientes de que el desarrollo del país debía estar ligado a la defensa de sus riquezas naturales.
En 1994 asumió como director ejecutivo del Fondo Hondureño de Inversión Social (FHIS), bajo el gobierno de Carlos Roberto Reina. Desde allí ejecutó uno de los planes de obras sociales más vastos en la historia del país: más de 9.000 proyectos comunitarios con una inversión superior a 170 millones de dólares. Escuelas, centros de salud, caminos vecinales, sistemas de agua potable y electrificación rural fueron el corazón de esta gestión, que no se hizo desde los escritorios de Tegucigalpa, sino desde la participación de las comunidades rurales.
Tras el paso devastador del huracán Mitch en 1998, Zelaya impulsó los Planes de Inversión Social Municipal, con un enfoque participativo inédito: fueron las comunidades locales y los alcaldes quienes determinaron las prioridades de la reconstrucción. Este modelo no solo permitió agilizar la recuperación de la infraestructura, sino que también fortaleció la autonomía municipal y la vigilancia ciudadana sobre la obra pública.
El 20 de febrero de 2005, Zelaya llegó a la presidencia de Honduras con un mandato que, desde el inicio, se orientó hacia la justicia social y la participación ciudadana.
Durante su gobierno, la matrícula en los centros educativos públicos se declaró gratuita, lo que permitió ampliar el acceso a la educación. También se aprobó la Ley de Participación Ciudadana, abriendo caminos para que el pueblo incidiera directamente en la vida política. A nivel económico, Honduras registró en 2006 un crecimiento del 6 %, superior al promedio regional y uno de los mayores de las últimas décadas.
Uno de los logros más significativos de su administración fue la dignificación del salario mínimo. En 2007 decretó aumentos de 9,7 % y 11 %, y en 2008 realizó el incremento histórico del 60 %, elevando el salario mínimo de 3.400 a 5.500 lempiras. Este acto de justicia laboral benefició directamente a miles de trabajadores, aunque encendió la furia de la élite empresarial que veía amenazadas sus ganancias.
En el ámbito ambiental, Zelaya lanzó un programa de protección a los bosques, con especial atención al ecosistema del río Plátano, uno de los pulmones verdes más importantes de Honduras y de la región. En cuanto a los derechos de las mujeres, su gobierno autorizó el uso de la píldora anticonceptiva de emergencia, un avance en derechos reproductivos que lamentablemente fue abolido tras el golpe de Estado.
El gobierno de Zelaya fue interrumpido el 28 de junio de 2009 por un golpe de Estado cívico-militar, auspiciado por las élites económicas y políticas de Honduras con el respaldo de sectores externos. La excusa fue la consulta popular sobre la posibilidad de convocar una Asamblea Nacional Constituyente, un mecanismo de participación ciudadana que buscaba ampliar la democracia. La verdadera razón, sin embargo, fue el miedo de las élites a perder sus privilegios y a que el pueblo tomara un rol más protagónico en la construcción del país.
Este quiebre no fue solo contra Mel Zelaya: fue contra los trabajadores, contra los campesinos, contra los jóvenes y contra las mujeres que veían en su gobierno una esperanza de transformación. Fue, en definitiva, un golpe contra el derecho del pueblo hondureño a decidir su destino.
Tras el golpe, Zelaya no se retiró a la vida privada, como lo hubieran hecho otros políticos. Al contrario: tomó las calles junto al pueblo y desde entonces ha sido un referente de la resistencia popular. Su liderazgo fue clave en la fundación del Partido Libertad y Refundación (LIBRE), una fuerza política que rompió con el bipartidismo tradicional y que, en 2021, hizo historia al llevar a la presidencia a Xiomara Castro, la primera mujer en gobernar Honduras.
El legado de Zelaya no es solo su presidencia interrumpida, sino también la capacidad de haber sembrado una semilla de conciencia política en el pueblo hondureño. Bajo su liderazgo, LIBRE se consolidó como el partido de los hitos históricos: rompió la hegemonía bipartidista, conquistó la primera presidencia para una mujer y mantiene abierta la ruta hacia una segunda presidenta, consolidando un camino que ningún partido conservador en Honduras ha logrado.
Hablar de Mel Zelaya es hablar de un hombre que no claudicó, que resistió el destierro, la persecución y la difamación, pero que nunca se apartó del pueblo. Su vida demuestra que la política puede ser un instrumento de transformación social cuando se gobierna para las mayorías y no para las élites.
Hoy, en un contexto donde el imperialismo y las oligarquías locales intentan mantenernos sometidos, la figura de Manuel Zelaya recuerda que la lucha por la soberanía, la justicia social y la democracia participativa sigue vigente. El golpe de 2009 interrumpió un gobierno, pero no pudo destruir un proyecto histórico que aún palpita en las calles, en las urnas y en la memoria de los hondureños.
En tiempos de incertidumbre, mirar hacia la figura de Zelaya es mirar hacia la dignidad de un pueblo que se niega a rendirse. Su nombre quedará inscrito no solo en la historia de Honduras, sino en la memoria viva de América Latina como uno de los hombres que desafió al poder para darle voz a los olvidados.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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