Elaborado por: Juan Carlos Monedero
2 de nov (AHN) En 1977, cuando se estrenó la primera película de la saga, Star Wars: Episodio IV – Una nueva esperanza, la URSS ya había empezado a perder pie. Estaba, además, a punto de embarcarse en la fallida aventura de Afganistán, que rompería el frágil equilibro de una Unión Soviética en donde ya estaban estallando, alimentadas por los Estados Unidos, las disidencias islámicas.
Cuando George Lucas empieza la llamada precuela de Star Wars, en 1993 – Star Wars II: la amenaza fantasma, que finalmentese emitiría en 1999- la Unión Soviética ya no existía. Star Wars no puede entenderse sin el contexto de la guerra fría y su desarrollo. De la misma manera que no puede entenderse su arranque sin la guerra de Vietnam, el Watergate, los asesinatos de líderes políticos y el mayo del 68. Cine y política van de la mano.
Una de las películas más decepcionantes de la saga es precisamente “La amenaza fantasma”. En esa película, el maestro Qui-Gon Jinn explica al Consejo Jedi que el joven Anakin Skywalker tiene un número extraordinariamente alto de midiclorianos, que son unas partículas microscópicas presentes en las células vivas que permiten la conexión con la Fuerza. Es decir, que es de sangre azul.
Thomas Friedman, un influyente periodista, decía en un “manifiesto” publicado en The New York Times en 1999 que “la globalización es Estados Unidos” y “los estadounidenses son los apóstoles del mundo rápido, los profetas del libre mercado y los sumos sacerdotes de la alta tecnología”.
Era un momento en el que los EEUU eran un referente para las élites de casi todo el mundo. Acababan de derrotar a la URSS, le marcaba el baile a la Unión Europea y China parecía un gigante dormido en el pasado. EEUU dictaba al mundo cómo debía ser una democracia.
Cuando eran el país que más invasiones a otros países, robo de territorio, apoyo a golpes de Estado, ejecuciones fuera de su territorio habría perpetrado. Hoy eso se ha terminado porque lo que siempre deseó EEUU organizando el presidencialismo, es decir, ser una monarquía electiva, lo ha convertido Trump en una vieja corte aristocrática con todos sus vicios, caprichos, arbitrariedades y, desgraciadamente, violencia.
Venimos comentando que las monarquías siempre se han sostenido sobre cinco pilares: un ejército, que inicialmente era mercenario y del rey luego lo pagó la nación; dinero, que venía de lo que le quitaban a los trabajadores; poder espiritual, con una iglesia que cenaba en la mesa del monarca; mujeres y descendencia, sobre todo ilegítima. Y algún lugar que invadir, que en virtud de la megalomanía del rey podía ser en su entorno o lanzarse más lejos a aventuras imperiales. Donald Trump suspira por estos cinco poderes mágicos. Donde ha demostrado debilidades es en el poder espiritual, y por eso odiaba al Papa Francisco, pero tiene para compensarlo medios de comunicación arrodillados, redes sociales compradas y el apoyo de esa iglesia comercial que son los evangelistas neopentecostales que, igualmente a cambio de dinero, le brindan su apoyo a alguien que está en las antípodas de lo que gritan en sus templos. También están los intelectuales, vivos o muertos, que habitan siempre en las cortes. Ahí está la escuela de un pensador arcaizantes, como Leo Strauss, que siempre quieren regresar a un pasado que nunca existió.
Quizá, para subsanar las carencias, Trump se ve necesitado de reforzar el ámbito simbólico. Por eso peleó tanto por el Nobel y por eso está tumbando ahora mismo parte de la Casa Blanca para hacer un enorme salón de baile. Donde pretenderá hacer un baile especial cuando consume alguna de las invasiones que su megalomanía le sugiere o donde celebren vestidos de gala la gente asesinada en lanchas en el Caribe.
Por eso, no iban desencaminados los manifestantes que en las calles de EEUU decían que no querían un rey. Y tampoco Donald Trump representándose a sí mismo como un emperador absoluto cagando a su pueblo desde un avión. Tirarles bombas seguro que fue el primer impulso, pero siempre habrá alguien un poco más sensato que sugirió lo de lanzarles mierda.
Hacen bien los norteamericanos en recordar que no quieren un rey en su país, aunque no lean bien su historia, y hace bien Donald Trump en comportarse como se comporta, porque ya lo había dicho en Iowa en 2016, cuando afirmó: “Tengo a la gente más leal, ¿Alguna vez habéis visto algo así? Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente y no perdería votantes”. Y le han votado dos veces como presidente.
Cuentan que Maria Antonieta preguntó por qué protestaban los que estaban protagonizando en ese momento la revolución francesa. Cuando le dijeran que no tenían pan para comer, ella habría afirmado: ¿y por qué no comen pasteles? La historia non e vera, más es ben trovatta, es decir, que no parece cierto que nunca dijera eso pero encaja perfectamente con lo que pensaba la monarquía en ese momento.
Porque es cierto que en los días previos al asalto a la Bastilla, las anotaciones de Luis XVI en su diario demostraban que no estaba muy al tanto de la situación en el país. Tres días antes, el 11 de julio de 1.789, escribe: «Rien. Nada”. Y el mismo 14 de julio de 1.789, el día del amotinamiento en París, cuando se asaltan cuarteles y arsenales y las cabezas del alcaide René Bernard, marqués de Launay y del alcalde Jacques de Flesselles son correteadas por París clavadas en picas, y después de que la noticia llega a Versalles, al palacio, y se informa al rey que, antes de acostarse, anota: «Rien» «Nada»
Eso es lo que ha escrito Trump defecando sobre la ciudadanía que protesta por sus pretensiones monárquicas. Nada. O una cascada de excrementos.
Hay algunos ideólogos que han influido profundamente en Trump, precisamente porque han justificado con argumentos los deseos imperiales del presidente del pelo naranja. Estan en Hollywood, en los think tanks, en sus universidades, en el Tribunal Supremo y en las empresas. Igual que en el III Reich uno de los juristas más inteligentes de Alemania, Carl Schmitt, argumentó con leyes todo lo que necesitaba Hitler, hay un grupo de inteligentes pensadores/ empresarios/ guionistas que le han entregado a Trump lo que necesita para satisfacer sus deseos megalómanos. Lo cual nos vuelve a recordar que puedes ser muy inteligente y un canalla, aunque también hay que decir que la verdadera inteligencia no reposa en una memoria prodigiosa, en una capacidad cuántica de interrelacionar sucesos y en la virtud de saber expresarlos con elocuencia, sino en entender que la verdad de la naturaleza humana y las exigencias de nuestra condición de homo sapiens tiene que ver con la bondad. Esto la derecha no termina de entenderlo, y por eso hay tanta gente inteligente en la derecha que tiene la empatía de una hiena.
Uno de estos personajes es Curtis Yarvin, personaje reverenciado por el vicepresidente JD Vance y con quien comparte la idea de que EEUU debiera ser una monarquía. En concreto, una tecnomonarquía. Lo peor del pasado aristocrático y del presente vigilante.
EEUU es, en su lectura, una empresa, una start up, porque eso es lo que eran los padres fundadores, los cripto Bros del pasado, igual que nuestros santos de la patria son gente como Steve Jobs, que fundó Camelot, como el Rey Arturo, en Sillicon Valley. Por supuesto, en las empresas, las decisiones del CEO no se discuten, y los ciudadanos han pasado a ser empleados.
Fue Curtis Yarvin quien declaró a Le Grand Continent: “Resulta que cuando se actúa con una autoridad desinhibida, las cosas se arreglan rápidamente. Muy rápidamente. Todo el mundo —incluido yo, porque mi padre creía firmemente en ello— había supuesto durante mucho tiempo que las reglas del juego eran más o menos las siguientes: el presidente no puede simplemente ordenar al Gobierno que haga las cosas. Trump y Musk tuvieron una intuición genial. Se dijeron: «¿Y si nos comportamos exactamente como si tuviéramos ese poder ilimitado? Quizás si empezamos a actuar como si tuviéramos ese poder, realmente lo tendremos. El resultado de este experimento está ahí: funciona.». Yarvin también fue el que propuso convertir Gaza en un resort de lujo después de que no hubiera palestinos. Por cierto, van más de 100 muertos, la mitad niños, desde que se firmó esa paz que algunos celebraron.
Uno de los problemas extendidos de la democracia representativa norteamericana es que se explica a sí misma a través de las películas. Y las películas no son lo mismo que la realidad. Por ejemplo, explicaron el nacimiento de Norteamérica con el racista D.W. Griffith, la conquista del Oeste con las películas de John Ford -donde los indios eran los malos y cortaban cabelleras, cuando eso fue una cosa que introdujeron los franceses en la invasión de lo que hoy es Canadá-, o explicaron el despojo de México con las películas sobre el Álamo -cuando la realidad es que se comportaron como meros cuatreros que tenían superioridad militar-. Y lo mismo para la guerra de secesión, presentada como una pelea moral por la suerte de los esclavos, cuando en verdad el Norte industrial, que era defensor del proteccionismo y de un Estado fuerte que impulsara la modernización capitalista, chocaba con el Sur agrario, dependiente del trabajo esclavo y de la exportación de algodón hacia Europa. La guerra no fue una pelea entre buenos y malos ni entre malos y buenos, sino una lucha por el control del futuro de la federación, esto es, si Estados Unidos sería una república de plantadores semifeudales o una potencia industrial moderna que respondiera a las exigencias del capitalismo emergente para expandirse sin las trabas del viejo orden esclavista. En fin, todo películas dirigidas, pensadas o vistas por personas que siempre tuvieron sirvientes negros o latinos.
Por eso, un film que se presenta como un guión heredero del mayo del 68, La guerra de las galaxias, sólo tiene como referente emancipador la primera de las películas. La Star Wars de George Lucas era un ajuste de cuentas personal por las promesas incumplidas de su generación. Luego la cosa descarriló.
Según la visión “biologicista” introducida por George Lucas en la precuela de Star Wars, en La amenaza fantasma, la sensibilidad a la Fuerza no depende solo del entrenamiento o de la espiritualidad, sino también de una predisposición biológica: cuantos más midiclorianos tenga alguien, mayor será su potencial para ser Jedi o Sith.La idea mística y espiritual original de la Fuerza se convertía en algo medible y casi científico. Vamos, una resurrección de los principios de pureza de sangre de la Inquisición, del biologicismo del ku klus klan, de la defensa de la raza aria los nazis, de los defensores del darwinismo social o de la supremacía de clase, género y raza que expresa gente como Trump y sus ideólogos.
El problema serio está en que para esta gente, América Latina no solamente es diferente por no provenir del Myflower, el barco de los peregrinos que llegaron desde Plymouth a Cape Cod, en Massachusetts, en 1620, sino que es inferior porque es una mezcla de razas inferiores, parásitas y, por lo tanto, sometibles. Cuando justifican que EEUU viene de un país de blancos y protestantes, no contaban ni los indios ni los negros.
Para agravarlo, las élites criollas latinoamericanas siempre se han puesto al lado de los invasores norteamericanos, porque comparten ese supremacismo, aunque los estadounidenses en el fondo les desprecien. Creen que les caerán migajas de la mesa de los ricos del norte y prefieren ser gobernados por EEUU, por un país invasor, que por los “negros”, los “prietos”, los “monos”, los “indios”, los “pobres” de sus propios países.
Opera igual que los católicos europeos apoyando a los judíos de Netanyahu: ya arreglarán cuentas después con EEUU, ahora que nos hagan el trabajo sucio. Y ahí está María Corina Machado celebrando que Trump esté asesinando conciudadanos suyos lanzándoles misiles y volándoles las lanchas.
EEUU va camino de una monarquía con tintes imperiales, sostenida tecnológicamente y que va a intentar hacer de América Latina su patio trasero, toda vez que ya sabe que ha perdido la guerra contra China. La única salida que le queda al continente es unirse y no tolerar ninguna agresión. Aunque las élites criollas americanas prefieren ser colonia gringa a que gobierne la izquierda. No vienen buenos tiempos. Porque los imperios en decadencia, siempre han dado zarpazos. Pero los pueblos conscientes y organizados siempre ganan. ¿Por qué tendría que ser ahora distinto?
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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