Elaborado por: Aura Figueroa
Tegucigalpa, 29 nov (AHN) Desde el siglo XIX, Estados Unidos ha destacado por su intervencionismo, amparado en la Doctrina Monroe y su lema “América para los americanos”. Aquella frase sintetizaba un proyecto de reconfiguración del orden mundial que ya estaba en marcha. En ese mismo periodo, Honduras vivía su propio proceso de formación estatal, entre la independencia de España y los vaivenes de anexión y separación de México. En este contexto regional surgieron figuras como William Walker, quien, bajo la idea del “destino manifiesto”, se autoproclamó el supuesto “salvador de Centroamérica”.
La lógica de dominación que encarnaba Walker no ha desaparecido. El intervencionismo estadounidense continúa vigente: su ambición de control político, económico y militar los ha llevado a participar en más de 400 guerras. Bajo el argumento de “salvar” al mundo, han provocado la muerte de millones de personas. El caso de Vietnam en la década de los 60´s es quizá el más emblemático: más de dos millones de civiles asesinados mientras Washington se presentaba como garante de democracia y libertad.
Hoy vivimos un momento histórico en Honduras. Tras siglos de resistencia a la injerencia estadounidense, su poder para imponer gobiernos se ha debilitado. Países como Colombia, con el liderazgo del presidente Gustavo Petro, han enfrentado públicamente sus presiones. En México, la presidenta Claudia Sheinbaum frenó intentos de Washington por influir en decisiones internas. Esto demuestra que las naciones ya no están dispuestas a aceptar formas de colonización encubierta y comienzan a reivindicar su espacio geopolítico.
El concepto de soberanía ha retomado centralidad. Surge desde los pueblos, desde la conciencia acumulada de cómo la dominación estadounidense ha generado desigualdad estructural, dependencia económica y agotamiento de recursos naturales. Este despertar ha impulsado luchas sociales orientadas a frenar cualquier forma de intervención y a reconstruir modelos propios de desarrollo.
En Honduras, la soberanía ha adquirido un papel protagónico dentro del sistema democrático. Los movimientos sociales y populares han sostenido históricamente esta defensa. El golpe de Estado de 2009 evidenció con claridad la injerencia de Estados Unidos, generando un levantamiento ciudadano contra los actores nacionales e internacionales que lo fraguaron.
La injerencia se hizo evidente nuevamente en las elecciones de 2017. A pesar de que la OEA y otros organismos internacionales señalaron irregularidades y confirmaron el fraude electoral, el gobierno de Estados Unidos reconoció a Juan Orlando Hernández como presidente de Honduras. Esto profundizó el descontento social y confirmó la alianza entre Washington y quienes se beneficiaban del régimen.
Las declaraciones de Donald Trump, hechas días antes de las elecciones, llamando abiertamente a votar por Nasry Asfura, reforzaron esa intromisión. Ese mismo grupo político gobernó Honduras durante más de una década, dejando un legado de saqueo del Seguro Social, corrupción en la Tasa de Seguridad, aumento de más de 20% en los índices de pobreza y vínculos con el crimen organizado. En contraste, en solo tres años, el gobierno de Xiomara Castro redujo la pobreza en 13%, reconstruyó más de 5,600 escuelas y derogó leyes lesivas como la Ley de Secretos, la Ley de Canje Publicitario y las ZEDE. Esto evidenció que la prioridad de Washington no es combatir el narcotráfico ni la corrupción, sino mantener gobiernos subordinados y obedientes a sus intereses.
Hoy, el pueblo hondureño avanza con una conciencia crítica sobre la defensa de la soberanía. Reconoce que el Partido Nacional ha actuado como un “vende patria”, alineado a los intereses de las élites económicas —las mismas diez familias históricamente beneficiadas— y a la injerencia estadounidense.
El pueblo de Honduras tiene claro quiénes representan su proyecto y quiénes pretenden entregarle nuevamente el poder a Estados Unidos. Honduras, al igual que América Latina, avanza sin retroceder, tiene claro que el proyecto de refundación continua.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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