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Elaborado por: Rafael Méndez
República Dominicana, 19 jul (AHN) Se preguntan, no si el declive ocurrirá, sino cuán profundo será, y si el país tendrá la capacidad de reinventarse a tiempo.
El siglo XXI se perfila, en todo caso, como un escenario donde el gigante de ayer tendrá que aprender a convivir con pares más fuertes y más ambiciosos. En ese tablero, la soberbia o la negación pueden costarle caro, mientras que la humildad estratégica puede abrirle una segunda oportunidad. La respuesta, y la historia, están por escribirse.
La idea de un Estados Unidos invencible, destinado a liderar eternamente la economía, la tecnología y la política mundial, ha comenzado a resquebrajarse ante los ojos de los propios expertos. Lo que hasta hace poco se discutía como un posible escenario lejano, hoy es visto como una realidad en marcha que obliga a preguntarse no si el declive ocurrirá, sino cuán profundo será y si el país tendrá la capacidad de reinventarse a tiempo.
Economistas como Ray Dalio y Richard Wolff, junto con estrategas geopolíticos como Pedro Baños y Alfredo Jalife-Rahme, coinciden en que la hegemonía estadounidense enfrenta una amenaza existencial desde múltiples frentes: internos y externos, económicos y sociales, tecnológicos y militares. Las dinámicas de un mundo cada vez más multipolar y competitivo ponen a prueba la resiliencia de una nación que parece cada vez menos preparada para sostener el liderazgo global que ejerció durante buena parte del siglo XX.
Una advertencia que ya no es teórica
Los datos y tendencias apuntan a una erosión de las ventajas que hicieron de Estados Unidos la superpotencia indiscutible. La industria manufacturera ha perdido vigor ante la competencia asiática, mientras la deuda pública alcanza niveles récord, acompañada de un sistema financiero volátil y desigualdades sociales que desgarran su tejido interno.
Las advertencias de Ray Dalio sobre el peligro de las deudas crónicas y el debilitamiento institucional se suman a las de Richard Wolff, quien sostiene que las contradicciones del modelo económico estadounidense, marcado por la concentración de la riqueza y la precarización laboral, le impiden sostener su dinamismo frente a países que, como China, logran combinar crecimiento y planificación estratégica.
En el plano geopolítico, Pedro Baños y Alfredo Jalife-Rahme señalan que el país ha desperdiciado energías en conflictos periféricos y sanciones infructuosas mientras nuevas alianzas regionales y globales —desde los BRICS hasta la Iniciativa de la Franja y la Ruta— redibujan el mapa del poder mundial.
El reto de reconvertirse en un mundo multipolar
La clave del debate actual no es solo reconocer que el declive ya está en marcha, sino evaluar si Estados Unidos puede reformarse para evitar que sea terminal. La pregunta que se plantean los expertos no es menor: ¿podrá la mayor economía del planeta adaptarse a un escenario donde ya no dicta las reglas por sí sola?.
La tendencia multipolar impone nuevos desafíos a su diplomacia y su modelo económico. El auge simultáneo de China, India, Rusia y otros actores emergentes obliga a Washington a competir en términos que ya no controla. La falta de una estrategia coherente para integrarse a esta nueva realidad multiplica los riesgos de un aislamiento progresivo. Sin reformas estructurales que corrijan la desigualdad social, modernicen la infraestructura, inviertan en innovación y reduzcan las tensiones internacionales, el país corre el peligro de ceder espacios decisivos en la definición del siglo XXI.
Universidades y talento: un síntoma revelador
Un aspecto particularmente simbólico del declive estadounidense se manifiesta en la educación superior y la investigación tecnológica. Durante décadas, las universidades estadounidenses fueron sinónimo de excelencia y atrajeron a las mentes más brillantes del mundo. Hoy, sin embargo, esa supremacía educativa muestra claros signos de deterioro.
El aumento del costo de las matrículas, la caída en los rankings internacionales de muchas instituciones y la burocratización del sistema académico han hecho menos competitivas a las universidades frente a sus contrapartes asiáticas. En paralelo, China ha invertido miles de millones en universidades de clase mundial, laboratorios de innovación y centros de investigación tecnológica que ya compiten —y en algunos campos superan— a los principales campus estadounidenses.
Cada vez más investigadores, ingenieros y científicos prefieren desarrollar sus carreras en destinos alternativos como Shanghái, Shenzhen o Singapur, donde encuentran mejor financiamiento y condiciones para la experimentación. Esta fuga de cerebros es un síntoma del desgaste de un modelo que ya no garantiza ni el liderazgo científico ni la movilidad social que antes ofrecía.
Un futuro aún en disputa
El diagnóstico de los expertos es contundente: Estados Unidos enfrenta un declive que ya no puede ignorar ni disimular, pero el desenlace aún depende de su propia capacidad de adaptación. El país tiene los recursos materiales, la infraestructura institucional y el capital humano para reinventarse, pero su élite política parece más centrada en sostener la ilusión del liderazgo que en emprender reformas profundas.
Si decide continuar en la inercia de confrontar a sus competidores con sanciones, guerras económicas y discursos moralistas, corre el riesgo de perder aún más rápido el terreno que ya cede. En cambio, si asume la magnitud de sus debilidades internas y opta por políticas de cooperación, inversión sostenida en educación y tecnología, y un liderazgo más inclusivo en la escena global, aún podría amortiguar el golpe. Como advierte Richard Wolff, la peor amenaza no son los rivales externos, sino las fallas internas que socavan desde dentro el mito de la excepcionalidad americana.
El siglo XXI se perfila, en todo caso, como un escenario donde el gigante de ayer tendrá que aprender a convivir con pares más fuertes y más ambiciosos. En ese tablero, la soberbia o la negación pueden costarle caro, mientras que la humildad estratégica puede abrirle una segunda oportunidad. La respuesta, y la historia, están por escribirse.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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