Elaborado por: Jorge Luis Oviedo
“El mercado es un pésimo amo, pero un excelente esclavo”, Deng Xiaoping.
Tegucigalpa 11 jun (AHN) El siglo XXI ha sido testigo del ascenso de China como potencia global, no sólo económica, sino también política y tecnológica. Este fenómeno ha generado una creciente inquietud en las potencias tradicionales, especialmente, en Estados Unidos.
No se trata únicamente de una disputa comercial o militar, sino de una diferencia estructural más profunda: la forma en que ambos países conciben el papel del Estado frente al capital. Mientras China opera bajo una lógica de control estatal del mercado, en Estados Unidos son las grandes corporaciones las que, en gran medida, determinan la política pública. Esta diferencia, que a menudo se omite en el discurso dominante, constituye el núcleo del actual reordenamiento geopolítico.
La concepción del mercado: ¿la mano invisible de las sociedades anónimas o la mano del Estado soberano, quién decide realmente?
La célebre frase de Deng Xiaoping —“el mercado es un pésimo amo, pero un excelente esclavo”— sintetiza la lógica del modelo chino (socialismo con características chinas). El Partido Comunista Chino (PCCh) ha adoptado mecanismos de mercado para dinamizar la economía, pero sin entregar el control estratégico del país a los intereses privados. El capital puede crecer, pero está subordinado a los objetivos nacionales definidos por el Estado a través del Partido.
En contraste, en Estados Unidos, el mercado no sólo es herramienta económica, sino principio rector. Se le considera un árbitro “neutral” del progreso, aunque en la práctica, las grandes corporaciones dictan muchas de las decisiones claves del Estado. La privatización de lo público, la desregulación financiera y la dependencia de las campañas políticas del financiamiento empresarial son muestra de esta captura.
No lo ignoran los principales accionistas de las corporaciones, difícil ignorarlo, cuando, incluso, en 1848, en el Manifiesto Comunista, se esgrimió, de parte de sus autores, Carlos Marx y Federico Engels que el Estado no es un actor neutral, sino que representa los intereses de la clase dominante, la burguesía, que controla la producción y el capital. También señalaron que: El Estado, con su maquinaria legal y represiva, sirve para mantener la explotación del proletariado y asegurar la reproducción del capital.
Estabilidad estratégica vs. alternancia superficial
China, al no estar sujeta a ciclos electorales cortoplacistas, puede ejecutar planes de largo plazo: industrialización tecnológica, soberanía energética, conectividad internacional, etc. El PCCh ha sido capaz de combinar planificación estatal con eficiencia económica, sin perder el control político.
En EE. UU., la alternancia entre demócratas y republicanos no altera las bases del modelo neoliberal que se inició a partir de 1981 y sepultó el estado de bienestar posterior a la Segunda Guerra Mundial; que, de algún modo se había iniciado con el New Deal. Como se le denominó al conjunto de programas y reformas implementados durante la presidencia de Franklin D. Roosevelt, principalmente durante la década de 1930, en respuesta a la Gran Depresión. El New Deal buscaba aliviar la pobreza, estimular la economía y modernizar la estructura social estadounidense. Roosevelt, aunque fue acusado de comunista, entre otros cosas, por incrementar el impuesto a las ganancias de capital; a partir de 1934 y, especialmente, con la Revenue Act de 1935, las tasas sobre ingresos más altos, incluyendo las ganancias de capital, llegaron de una Tasa marginal máxima: 63% en 1932, al 79% en 1936, y hasta 94% en 1944 (durante la Segunda Guerra Mundial).
Pero en 1981, con el neoliberalismo, tanto el papel estratégico del Estado en la energía, la infraestructura o como garante de los derechos sociales de los obreros y asalariados en general, desaparece rápidamente. Desde entonces, los ciclos electorales están fuertemente condicionados por el marketing político y el financiamiento corporativo. Así, la democracia representativa estadounidense opera como una ilusión electoral, donde cambian los rostros pero no los intereses de los dueños de las corporaciones.
¿Quién gobierna realmente?
En China, el poder político mantiene la capacidad de controlar los excesos de los empresarios. Casos como el de Jack Ma o la regulación de las plataformas digitales muestran que el capital privado tiene límites definidos por el interés nacional.
En Estados Unidos, por el contrario, la influencia corporativa ha alcanzado niveles estructurales. Según el célebre estudio de Gilens y Page (2014), las políticas públicas estadounidenses reflejan consistentemente los intereses de las élites económicas, no los del ciudadano promedio. En otras palabras, el poder real no reside en el electorado, sino en las grandes corporaciones.
Dos modelos irreconciliables en función del bien comunitario o el interés particular
No se trata de idealizar el modelo chino ni de demonizar el estadounidense, sino de reconocer que hay formas distintas de organizar la economía, la política y la soberanía. El caso chino demuestra que es posible crecer y desarrollarse sin ceder el control político al capital financiero. Esta posibilidad resulta inquietante para los defensores del orden liberal, ya que cuestiona los dogmas neoliberales y la narrativa occidental de que el mercado libre es sinónimo de libertad.
La tensión entre China y Estados Unidos no es solo geopolítica o comercial. Es una disputa entre dos formas de entender el poder: una en la que el Estado dirige al capital y otra en la que el capital dirige al Estado.
En un mundo en crisis múltiple —climática, social, económica—, la pregunta crucial no es solo quién tiene más poder militar o tecnológico, sino quién conserva la capacidad de decidir soberanamente su destino.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
PUEDES LEER: Una herida abierta que sacude a Colombia y activa las alarmas democráticas
