Lideres de Libre destacan propuestas de abogada Rixi Moncada a comunidad misquita
Elaborado Por: Lois Pérez Leira
Tegucigalpa, 21 jul (AHN) El mundo asiste impasible a una tragedia humanitaria sin precedentes. Gaza, esa estrecha franja de tierra asediada por mar, aire y tierra, se encuentra al borde del colapso total. Lo que comenzó como una ofensiva militar se ha transformado en una masacre prolongada, sistemática y cruel, que amenaza con convertirse en el mayor genocidio del siglo XXI.
Ya han pasado más de 140 días desde que todos los cruces fronterizos fueron cerrados. Esta decisión, tomada con plena conciencia del impacto que tendría, ha generado una situación límite: hospitales colapsados, escasez total de alimentos, falta de agua potable, y una población civil —en su mayoría niños y mujeres— expuesta al hambre y al asesinato selectivo. Las palabras ya no bastan para describir el horror que se vive diariamente en Gaza.
Mientras las bombas siguen cayendo y los suministros no entran, la comunidad internacional guarda un silencio que duele más que la metralla. Los grandes medios globales lo mencionan, pero con eufemismos. Las potencias occidentales lo ven, pero no actúan. Y así, el pueblo palestino es sometido a una estrategia de exterminio que mezcla el asedio medieval con la tecnología militar moderna.
Estamos ante una limpieza étnica en cámara lenta. Una política de tierra arrasada que no busca la seguridad de nadie, sino la eliminación física y simbólica de todo un pueblo. No se trata solo de matar a los cuerpos, sino de borrar una historia, una cultura y una identidad. Lo que ocurre en Gaza no es una guerra; es un crimen de lesa humanidad transmitido en tiempo real. Es, con todas sus letras, un genocidio silencioso: metódico, prolongado, consentido por el silencio de los poderosos.
En declaraciones recientes, el expresidente de Honduras, Manuel Zelaya, expresó con contundencia:
“Lo que está ocurriendo en Gaza no es una operación militar. Es una masacre. Es genocidio. Y quienes lo permiten, lo justifican o lo ignoran, serán recordados por la historia como cómplices de uno de los crímenes más atroces de nuestro tiempo. América Latina debe alzar la voz en defensa del pueblo palestino.”
A esa denuncia se sumó también la actual presidenta hondureña, Xiomara Castro, quien afirmó:
“Desde Honduras, condenamos el genocidio contra el pueblo palestino en Gaza. Ninguna causa justifica el exterminio de civiles inocentes. Es urgente que las naciones del mundo exijan el fin del asedio y la entrada inmediata de ayuda humanitaria. No hay paz posible sin justicia.”
No es casual que la voz de Honduras se levante con tanta claridad. En ese país centroamericano residen actualmente cerca de 200.000 ciudadanos de origen palestino, una de las diásporas más importantes del continente. Son generaciones de hombres y mujeres que llegaron huyendo de la ocupación y la violencia, y que hoy ven cómo sus raíces son arrasadas en silencio. La causa palestina no les es ajena: forma parte de su historia familiar y nacional.
El dolor, sin embargo, no puede paralizarnos. Callar es complicidad. Mirar hacia otro lado nos convierte en parte de la maquinaria del exterminio. Hoy más que nunca, debemos alzar la voz. No en nombre de una causa geopolítica, sino en nombre de la dignidad humana más elemental. Gaza no es solo una herida abierta en Medio Oriente; es el espejo más crudo de la deshumanización global.
Y mientras los niños mueren de hambre y las madres entierran a sus hijos con las manos desnudas, la historia nos observa. ¿Dónde está la conciencia del mundo? ¿Hasta cuándo se tolerará esta barbarie? ¿Quién responderá por tanto dolor?
No podemos permitir que Gaza sea arrasada ante los ojos del mundo. Porque si Gaza muere, una parte esencial de nuestra humanidad muere con ella.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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