Congreso hondureño recibe anteproyecto de Presupuesto General de 2026
Elaborado por: Lois Pérez Leira
Tegucigalpa, 15 ago (AHN) La historia reciente de Honduras es una herida abierta en América Latina. El intento de magnicidio contra el expresidente Manuel Zelaya —arquitecto de la resistencia popular tras el golpe de Estado de 2009— y las amenazas contra la presidenta Xiomara Castro, no son hechos aislados. Son la expresión de una derecha terrorista, entrelazada con el narcotráfico, que hoy busca impedir el triunfo de la candidata progresista Rixi Moncada. Estos grupos, herederos de la oligarquía que destrozó la institucionalidad hondureña hace 15 años, actúan con desesperación ante el avance de un proyecto de justicia social que amenaza sus privilegios. Honduras vive bajo la sombra permanente de una contraofensiva neofascista que utiliza el crimen organizado como brazo ejecutor.
La conexión entre narcotráfico y política es el cáncer que corroe la democracia hondureña. Sectores de la ultraderecha, financiados por dinero ilícito, han infiltrado instituciones claves: la policía, el sistema judicial y hasta el Congreso. Su objetivo es claro: desestabilizar el gobierno de Xiomara Castro, frenar las reformas que combaten la impunidad, y sabotear la candidatura de Rixi Moncada, símbolo de continuidad transformadora. No dudan en recurrir al terror —atentados, campañas de odio, fake news— porque saben que en las urnas su derrota es inevitable. La violencia es su último recurso ante un pueblo que clama por cambio.
El intento contra Zelaya es una advertencia siniestra. Revela que los mismos poderes fácticos que orquestaron el golpe de 2009 siguen operando en la oscuridad. Hoy, con Castro en el poder y Moncada en el horizonte electoral, la amenaza se recicla. Utilizan tácticas de “golpe blando”: judicialización de opositores, acoso mediático, y ahora, la escalada de violencia física. Pero también preparan un “golpe duro”: milicias pagadas, sicariato político y alianzas con carteles que convierten a Honduras en un campo de batalla. Centroamérica entera está en la mira de esta ofensiva reaccionaria.
¿Por qué tanta saña contra Rixi Moncada? Porque representa la esperanza de un pueblo exhausto. Su trayectoria en la lucha social y su compromiso con las reformas de Castro la convierten en un blanco perfecto para el narcoterrorismo político. La derecha hondureña —desenmascarada en su alianza con el crimen— teme que su triunfo consolide un modelo de país donde el Estado ya no sea botín de mafias. Por eso recurren a la desestabilización: si no pueden ganar elecciones, impondrán el caos.
Frente a esta embestida, la respuesta debe ser contundente. La comunidad internacional debe vigilar Honduras: sancionar a financistas del narcoterrorismo, auditar procesos electorales y proteger a líderes amenazados. Dentro del país, es urgente purgar las fuerzas de seguridad y acelerar las reformas que debiliten el poder corrupto. Pero sobre todo, el pueblo hondureño debe mantener la unidad y la movilización. La memoria del 2009 es un escudo: solo la organización popular puede frenar a los golpistas. Honduras no está sola. Su lucha es la trinchera donde se defiende la democracia en Centroamérica. Si callamos hoy, mañana el fascismo vestido de democracia arrasará toda la región.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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