Lideres de Libre destacan propuestas de abogada Rixi Moncada a comunidad misquita
Elaborado por: Leoncio Alvarado Herrera
Tegucigalpa, 21 jul (AHN) Hace 523 años, en 1502, los españoles llegaron a lo que hoy es nuestra Honduras, marcando el inicio de un proceso de conquista y colonización que tuvo consecuencias devastadoras para los pueblos originarios como la mutilación de gran parte de la cosmovisión y las lenguas.
Los colonizadores, convencidos de que poseían la única verdad y el modelo de civilización superior, impusieron su sociedad por la fuerza, sin respetar la dignidad ni la identidad de los nativos. Muchos indígenas fueron asesinados en combate, otros esclavizados o sometidos a castigos inhumanos, tratados como si no fueran personas.
Frente a estas injusticias, surgieron líderes indígenas dispuestos a defender la libertad y la soberanía de sus pueblos. Entre ellos destacan figuras como Copán Galel, Pizacura, Cicumba y, especialmente, Lempira, quien encabezó una férrea resistencia en la región occidental del país, específicamente en la zona de Cerquín. Su lucha simboliza el espíritu indómito de los pueblos originarios, que ha trascendido muchas épocas y hoy se incrusta en el corazón de los defensores de nuestra Patria.
Lempira fue asesinado en 1537. Hay dos versiones sobre su muerte: una indica que fue traicionado por Rodrigo Ruiz; la otra, que cayó en combate cuerpo a cuerpo con el mismo conquistador. Aunque los detalles siguen siendo debatidos, lo esencial es el significado de su legado: valentía, liderazgo y conciencia colectiva en defensa de la tierra y la libertad, valores que siguen vigentes y constituyen una memoria imborrable para el pueblo hondureño.
El reconocimiento oficial de Lempira como héroe nacional inició en 1924, durante el gobierno de Miguel Paz Barahona. En 1931, bajo la presidencia de Vicente Mejía Colindres, su nombre fue otorgado a la moneda nacional.
Posteriormente, en 1935, se declaró el 20 de julio como el Día de Lempira, fecha que en 1996 fue reafirmada y modernizada como fiesta cívica nacional. Su legado también se refleja en la creación del departamento de Lempira en 1825 y en el cambio de nombre del puerto de Gracias a Dios a Puerto Lempira en 1933. Además, su figura está presente en plazas, escuelas, parques, colonias y diversos espacios públicos en todo el país, e incluso es homenajeado en la tercera estrofa del Himno Nacional de Honduras:
Era inútil que el indio tu amado,
se aprestara a la lucha con ira,
porque envuelto en su sangre Lempira
en la noche profunda se hundió;
y de la épica hazaña, en memoria,
la leyenda tan sólo ha guardado
de un sepulcro el lugar ignorado
y el severo perfil de un peñón.
Aunque en 1821 y 1823 se proclamó la independencia de los países centroamericanos del dominio español, muchas estructuras y políticas coloniales se mantuvieron vigentes. Y también fue precisamente en esos años que Estados Unidos promovió la Doctrina Monroe, bajo el pretexto de proteger a América Latina de nuevas intervenciones europeas. Sin embargo, lo que realmente se instauró fue una nueva forma de colonización, ahora bajo la influencia y control estadounidense.
En ese sentido la lucha de Lempira se eterniza y se extiende frente a la opresión, la defensa de la soberanía y la dignidad de los pueblos. Esa resistencia no se limita al pasado, sino que se transforma y persiste en nuevas formas. Hoy, el colonialismo ya no llega solo con armaduras y espadas como en aquel tiempo, sino a través de mecanismos políticos, económicos, culturales y jurídicos mucho más complejos y sofisticados.
La dominación se presenta disfrazada de tratados, leyes, contratos y decretos que otorgan ventajas a potencias extranjeras y oligarquías nacionales, generando desigualdad, explotación y degradación de la soberanía.
Los nuevos colonizadores se manifiestan hoy a través del imperialismo moderno, representado por potencias extranjeras que imponen sanciones, determinan qué gobiernos consideran legítimos o democráticos según sus propios intereses, y promueven la importación de sus productos en detrimento de los de otras naciones.
Estas potencias también aplican medidas arancelarias como forma de presión, establecen bases militares en territorios extranjeros para resguardar sus beneficios estratégicos, criminalizan a los migrantes y buscan controlar los recursos naturales mediante proyectos extractivistas, etc. En el caso de Honduras, estos intereses suelen contar con la complicidad de sectores internos, especialmente de una derecha política que reproduce y sostiene este modelo a cambio de ciertos privilegios.
Ante las nuevas formas de degradación de la soberanía y la violación a los derechos humanos, el espíritu de lucha de Lempira perdura hoy en acciones organizadas y conscientes, lideradas por movimientos sociales, sindicatos, comités, consejos, colectivos indígenas y organizaciones de la clase trabajadora.
Estos actores enfrentan múltiples formas de exclusión y desigualdad, en un contexto marcado por intereses que amenazan los derechos colectivos. Los nueve pueblos indígenas de Honduras continúan defendiendo sus territorios y recursos naturales, resistiendo intentos de despojo, y luchando por integrarse plenamente a la nación sin renunciar a su identidad. La clase trabajadora, que también incluye los pueblos originarios, combate un sistema económico que beneficia a unos pocos y margina a la mayoría.
El legado de Lempira se manifiesta en estas resistencias contemporáneas: en las movilizaciones contra la privatización de bienes públicos, la entrega del territorio a intereses privados y en la defensa de la justicia social, la equidad y la dignidad. Su figura sigue viva en cada acto reivindicativo y en cada voz que se alza por una Honduras más justa, libre y soberana.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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