Consejo de Ministros aprueba Presupuesto General 2026 sin aumentar impuestos en Honduras
Elaborado por: Rafael Méndez
Tegucigalpa, 12 ago (AHN) La historia no miente, y menos aún lo hace para quienes la vivimos y la sufrimos en carne propia. Desde esta Quisqueya marcada por la bota extranjera, es imperativo despojarse de la ilusión bipartidista que Washington nos vende y señalar con el dedo acusador la verdadera cara del poder hegemónico.
Nos han vendido la fábula de que demócratas y republicanos son polos opuestos, pero la cruda realidad de nuestra región –y del mundo– grita otra verdad: ambos responden, con matices de forma, pero no de fondo, a una misma concepción imperialista.
En este concierto de intromisiones y agendas ocultas, figuras como Marco Rubio emergen como arquetipos de esa mentalidad, un “pichón de halcón” que, con su retórica incesante y sus posturas beligerantes, encarna a la perfección la creencia arraigada en ciertos círculos de poder estadounidense de que poseen el derecho otorgado por la providencia, de decía Simón Bolívar, de dictar políticas al resto del mundo, pasando por encima de soberanías y autodeterminaciones.
La huella Imperial en República Dominicana
En la República Dominicana, sabemos de primera mano lo que significa esa “creencia imperial”, no una, sino dos veces hemos padecido la humillación de la intervención militar directa del Coloso del Norte.
En 1916, sus marines desembarcaron para imponer su orden, y en 1965, la historia se repitió con la misma arrogancia, ahogando en sangre nuestra aspiración de libertad, democracia, soberanía y autodeterminación.
¿Cuál fue la “herencia” de esa injerencia flagrante en nuestra soberanía, de ese supuesto deseo de “traer orden y democracia”? Nada menos que el caldo de cultivo para dos de los dictadores más infames de nuestra historia: Rafael Leónidas Trujillo y Joaquín Balaguer, quienes, con el apoyo tácito o explícito del poder imperial, forjaron regímenes de opresión que marcaron generaciones. La “democracia” exportada a golpe de fusil no trajo libertad, sino cadenas invisibles y déspotas a sueldo. Esa es la factura que aún hoy pagamos al autodenominado “líder del mundo libre”.
Halcones modernos, viejas agresiones
En el actual escenario geopolítico, las figuras que emergen de Washington no hacen más que confirmar esta tesis de un imperialismo transpartidista. Ahí está Donald Trump, un ser irrespetuoso, depravado, cuya megalomanía le hace creerse el rey del mundo, con cada exabrupto y cada política unilateral. Su figura no es una aberración aislada, sino la destilación más burda y descarada de la arrogancia imperial que ha caracterizado a Estados Unidos durante mas de 200 años.
Y si Trump es la encarnación grosera del poder, Marco Rubio no es más que su calco, el “pichón de halcón”, igualmente estridente en su puesta en escena, responde con la misma obediencia perruna a las políticas más agresivas y prepotentes.
Sus discursos grandilocuentes, sus amenazas veladas contra gobiernos legítimos, y sus constantes intromisiones en los asuntos internos de nuestros pueblos latinoamericanos no son sino el reflejo de una mentalidad que se cree con derecho a “traspasar la línea roja fronteriza de todo el mundo”, dictando destinos y aplastando cualquier atisbo de soberanía que no se alinee con sus intereses.
El amanecer multipolar
Pero la coyuntura mundial, por fortuna para los pueblos oprimidos, le es adversa a ese imperio que se creía eterno e invencible. La historia, cíclica y caprichosa, está virando su rumbo de manera inexorable. Los aires de un mundo multipolar soplan con una fuerza inquebrantable, y el viejo orden unipolar, se desmorona ante nuestros ojos, mostrando sus grietas internas y su incapacidad para adaptarse a los nuevos tiempos.
Las alianzas geopolíticas se reconfiguran a un ritmo vertiginoso, y naciones del Sur Global, largamente ignoradas, subyugadas o explotadas, alzan su voz con dignidad. El grupo de los BRICS, más allá de sus desafíos internos y su diversidad, emerge como un faro de esta nueva era, liderando un camino hacia un equilibrio de poder más justo y equitativo. Su creciente influencia económica y diplomática es un testimonio palpable de que el monopolio del poder está llegando a su fin.
Mientras los halcones en Washington, con Marco Rubio como “pichón de halcón”, siguen lanzando sus graznidos vacíos y sus amenazas anacrónicas, aferrándose a una hegemonía que se les escurre entre los dedos como arena, el Imperio va en caída libre. Su arrogancia, su intervencionismo sistemático y su desprecio por la soberanía ajena son los clavos que, uno a uno, van sellando el ataúd del imperio. La lección de la historia es clara y contundente.
Es el momento de los pueblos, de las naciones libres, de la autodeterminación irrenunciable. Es la hora de abrazar con convicción la visión multipolar que se impone, de construir un mundo donde la dignidad y el respeto mutuo sean las únicas divisas válidas en las relaciones internacionales, y donde los “pichones de halcón” no encuentren ya cielo donde planear sus sombras de dominación. El Sur Global se levanta, y el sol nace de nuevo para una humanidad que ansía ser verdaderamente libre y soberana.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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