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Elaborado Por: Rafael Méndez
Tegucigalpa,24 jul (AHN) La elección del diplomático surinamés Albert Ramdin como nuevo secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA) ha generado expectativas alentadoras en torno al futuro del organismo. Su perfil, marcado por una trayectoria sólida en la diplomacia hemisférica, viene acompañado de un discurso centrado en el diálogo, la inclusión y la equidad, en abierta ruptura con la imagen de la OEA como instrumento subordinado a los intereses hegemónicos de Estados Unidos.
Ramdin propone abrir espacios para la participación igualitaria de todos los Estados miembros, incluyendo aquellos históricamente marginados o señalados, como Venezuela, Cuba y Nicaragua. Su planteamiento apunta a una OEA menos punitiva y más dialogante, capaz de convertirse en un foro genuino de integración, dejando atrás las prácticas que legitimaron intervenciones, golpes blandos o respaldaron dictaduras bajo la lógica de la Guerra Fría y el control geopolítico del continente.
La OEA y su cuestionado legado histórico
Desde su fundación en 1948, la OEA ha sido escenario de múltiples controversias. Su complicidad en la invasión a la República Dominicana en 1965, el respaldo tácito a regímenes autoritarios y su silencio ante violaciones de derechos humanos, consolidaron una percepción negativa del organismo como brazo de la política exterior de Washington. Intervenciones justificadas en nombre de la democracia derivaron en dictaduras como las de Chile, Argentina o Paraguay, sembrando escepticismo entre muchos países del Sur.
Este historial de subordinación a intereses externos ha erosionado la legitimidad de la OEA como mediador imparcial y ha generado una profunda desconfianza que aún persiste en la región. Superar ese legado será uno de los mayores desafíos para el nuevo secretario general.
La apuesta de Ramdin: inclusión y neutralidad
El enfoque de Albert Ramdin plantea un viraje. Su llamado a construir consensos y facilitar el entendimiento entre países con diferentes sistemas políticos busca reorientar a la OEA como puente de comunicación, no como tribunal parcial. En sus palabras, el organismo debe dejar de imponer criterios ajenos y dedicarse a conectar, mediar y facilitar soluciones compartidas para los retos comunes del continente.
Ramdin ha reiterado su compromiso con la paz, la seguridad y el desarrollo sostenible, proponiendo una OEA que no excluya ni condene a priori, sino que integre desde la diversidad. Su visión sugiere una ruptura con la política de aislamientos selectivos y sanciones impuestas, en favor de un diálogo horizontal y respetuoso de las soberanías.
¿Reforma real o maquillaje institucional?
El camino, sin embargo, está lleno de obstáculos. Persisten estructuras internas profundamente alineadas con los intereses que históricamente han dominado la organización. Además, las tensiones geopolíticas y las agendas particulares de los países miembros dificultan una reforma sustantiva.
Ramdin deberá demostrar liderazgo y capacidad para generar confianza, especialmente en sectores que ven a la OEA como un actor parcial y desgastado. La transformación institucional dependerá tanto de su habilidad para negociar consensos como de la disposición colectiva de los Estados para asumir una nueva etapa.
En un contexto hemisférico cambiante, marcado por polarización, desigualdades y nuevos desafíos globales, la OEA enfrenta el reto de redefinir su papel. La oportunidad está abierta: pasar de ser un eco de viejas hegemonías a una plataforma respetada de integración regional.
El mandato de Albert Ramdin podría convertirse en el punto de inflexión que marque el inicio de una OEA renovada, capaz de dejar atrás su historial de complicidades y caminar hacia una agenda centrada en el respeto mutuo, la soberanía y el bienestar común. Si logra traducir su visión en acciones concretas, su gestión podría abrir un nuevo capítulo en la historia de la organización.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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