Consejo de Ministros aprueba Presupuesto General 2026 sin aumentar impuestos en Honduras
Elaborado por: Leoncio Alvarado Herrera
Tegucigalpa, 27 ago (AHN) En pleno siglo XXI, la derecha fascista internacional, respaldada por sectores conservadores nacionales, pretende seguir imponiendo al mundo sus lecciones de “democracia”, “lucha contra el narcotráfico”, “seguridad nacional”, y “el derecho internacional”.
Todo ello bajo la narrativa impulsada por el imperio estadounidense, que se presenta como garante de la paz. Sin embargo, cada vez más pueblos, en América Latina y en el mundo, reconocen esta lógica como lo que realmente es: una construcción de pretextos, revestidos de legalidad, para justificar agresiones contra naciones que no se alinean con sus intereses políticos y económicos. Violando de esa manera la soberanía.
Con esta dinámica, cuanto más libre, independiente y soberano se muestra un país, más amenaza representa para el imperio. De ahí surgen las acusaciones infundadas, reproducidas y amplificadas por los medios corporativos transnacionales y nacionales, que moldean la opinión pública con narrativas sesgadas. Estas estrategias cuentan con aliados internos en los diferentes países: las derechas conservadoras, que lejos de defender la soberanía de sus pueblos, se subordinan a los dictados externos con el único fin de proteger o incrementar sus privilegios particulares, especialmente económicos.
Ser imperio parece otorgar la facultad de etiquetar a gobiernos como “terroristas”, inventar carteles de narcotráfico o “certificar” democracias según su conveniencia, aún sin base en hechos reales y prácticas democráticas de los pueblos. Basta observar lo que hoy sucede con Venezuela, a quien se le ha inventado “el Cartel de los Soles”, mismo que es inexistente o ficticio. Paradójicamente, lo que EE. UU. acusa en otros países es lo que practica de manera sistemática en su territorio. ¿Acaso no es terrorismo financiar y respaldar guerras en contra de Gaza, que ya ha segado decenas de miles de vidas civiles? ¿No es terrorismo permitir que miles de niños mueran de hambre imponiendo bloqueos? ¿No son terrorismo los golpes de Estado patrocinados para instalar gobiernos serviles de derecha?
Si la preocupación por los problemas mencionados fuera real, ¿por qué no enfrenta sus propios carteles internos, responsables de abastecer y distribuir el mayor mercado de drogas en su propio país? La respuesta es evidente: se prefiere fabricar enemigos externos que justifiquen intervenciones, antes que asumir la raíz de sus crisis internas.
Resulta indignante, además, observar cómo congresistas estadounidenses de ultraderecha, desde su supremacismo y su arrogancia imperial, se sienten con autoridad moral para dar órdenes y dictar acusaciones contra funcionarios de países soberanos, especialmente aquellos de gobiernos progresistas que luchan por la liberación. Y más grave aún: ver cómo las derechas locales repiten esas acusaciones como si fueran verdades divinas. Esta idolatría ciega, que desvaloriza la dignidad de los pueblos, no tiene otro fin que garantizar privilegios a minorías, nunca el bienestar de las mayorías.
Frente a ello, el verdadero valor humano reside en el progresismo, en el socialismo democrático que, pese a las amenazas y las crueldades del imperio, sigue defendiendo la soberanía, la justicia y la verdad. Respaldar acusaciones falsas o sumarse a campañas de odio solo puede calificarse como inmoral y denigrante, pues se sabe que se coloca el capital por encima de la dignidad humana.
La ola de agresiones de Estados Unidos, desde Medio Oriente hasta América Latina, con especial ensañamiento hacia Cuba y Venezuela, constituyen una amenaza directa contra la libertad y la soberanía de los pueblos. El discurso imperial acusa a otros de terrorismo y narcotráfico, pero su propia economía se alimenta de la venta de armas, el patrocinio de la guerra y el consumo desmedido de drogas. ¿No es acaso eso el verdadero cáncer global? ¿No será verdadera lucha del imperio contra el imperio?
Hoy, la embestida del imperio no se limita a unos cuantos países; alcanza a todo proyecto progresista que busca liberarse del tutelaje económico y político, especialmente el que provoca injusticias. En la lógica imperial, todo gobierno que no entregue su petróleo, su oro, sus recursos estratégicos, o que no se pliegue a sus condiciones comerciales, corre el riesgo de ser señalado como “terrorista” o “narcotraficante”. La lucha por la soberanía, por lo tanto, no es solo de Venezuela o de Medio Oriente: es la batalla de todos los pueblos que aspiran a ser libres.
El poder, el dinero, la hegemonía, el supremacismo por mucho que se concentre en un imperio no podrá comprar verdades y mucho menos construirla con falsedades; y siempre habrá alguien en el mundo que la exprese, la viva y que luche por ella por siempre.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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