Congreso hondureño recibe anteproyecto de Presupuesto General de 2026
Elaborado por: Lois Pérez Leira
13 sep (AHN) La reciente delegación de periodistas hondureños al Estado sionista de Israel vuelve a desnudar una herida abierta en nuestro país: el rol servil de gran parte de la prensa corporativa ante los intereses de la oligarquía y las potencias extranjeras.
Mientras las imágenes de la masacre en Gaza estremecen al mundo —niños sepultados bajo escombros, hospitales bombardeados, familias enteras aniquiladas—, estos comunicadores prefieren posar sonrientes en Jerusalén, celebrando con discursos vacíos y selfies el relato oficial de un Estado que ha perfeccionado el arte del apartheid y la limpieza étnica.
No es ingenuidad. No es ignorancia. Es complicidad. Al aceptar invitaciones diplomáticas pagadas, al reproducir la propaganda sionista, estos periodistas legitiman el genocidio del pueblo palestino. Son parte del dispositivo mediático que maquilla la ocupación y silencia la resistencia.
El problema, sin embargo, no se limita a este viaje. Hace décadas que una buena parte de la prensa hondureña abandonó la ética periodística para convertirse en correa de transmisión de los intereses de la oligarquía local y sus aliados internacionales. El mismo silencio cómplice que hoy ampara la masacre en Gaza, ayer encubrió los asesinatos de campesinos en el Aguán, la represión postgolpe de 2009 o el despojo de comunidades indígenas y garífunas.
¿De qué sirven periodistas que no cuestionan, que no investigan, que no dan voz a las víctimas, sino que se acomodan en la narrativa del poder? ¿Qué legitimidad puede tener una profesión que se entrega al mejor postor, traicionando su deber de informar con verdad y dignidad?
El periodismo hondureño, en su mayoría, ha renunciado a ser contrapoder para convertirse en bufón del poder. Y cuando un periodista calla frente a la injusticia, no es neutral: se ubica del lado del opresor.
Lo ocurrido con la delegación a Israel es solo un síntoma de esa enfermedad mayor. Por eso, más que indignarnos con los nombres de turno, debemos preguntarnos cómo reconstruir una prensa popular, digna y comprometida con los pueblos, que sea capaz de romper el cerco mediático y colocar en el centro a las víctimas y sus luchas.
Porque el silencio mata. Y las palabras también.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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