Elaborado por: Ester Oliva
El 11 de junio: dos memorias, una fecha
Tegucigalpa 13, jun (AHN) Cada 11 de junio se conmemora en Honduras el Día del Estudiante. Sin embargo, esta fecha ya no tiene el mismo significado para quienes vivieron la era oscura del autoritarismo como para las nuevas generaciones que apenas ingresan al sistema educativo. Para quienes cursaron su juventud bajo el gobierno de Juan Orlando Hernández, un narcodictador confeso y repudiado por la historia, el 11 de junio simboliza resistencia, lucha, persecución y martirio.
En cambio, para los niños y adolescentes que hoy entran a las aulas con merienda gratuita, matrícula sin costo y acceso a educación trilingüe, la fecha tiene otro color: esperanza, dignidad, reconstrucción.
Estas dos memorias no deben enfrentarse, sino articularse. El presente educativo digno solo puede entenderse desde el sacrificio de aquellos que lo sembraron con su vida. Porque sí, en Honduras se asesinó a estudiantes por alzar la voz. Porque sí, existieron escuadrones de la muerte que operaron con total impunidad bajo las órdenes de una dictadura que odiaba el pensamiento crítico y la organización estudiantil.
La memoria no se negocia: los mártires de la educación
En este Día del Estudiante, no podemos hablar de educación sin nombrar a los caídos. Recordamos con firmeza y dignidad a:
José Manuel Flores Arguijo, docente asesinado el 23 de marzo de 2010.
Ilse Ivania Vásquez, otra docente comprometida con la causa educativa, asesinada el 18 de marzo de 2011.
Elvin Antonio López Martínez y Diana Yareli Montoya, estudiantes del Instituto Jesús Aguilar Paz, asesinados el 24 de marzo de 2015.
Soad Nicole Ham, de apenas 13 años, estudiante del Instituto Central Vicente Cáceres, secuestrada y asesinada con signos de tortura el 25 de marzo de ese mismo año.
Oscar Daniel Mencía, estudiante del Instituto Luis Bográn, asesinado el 29 de octubre de 2019.
Daniel Castillo, dirigente del Movimiento Amplio Universitario (MAU), asesinado el 1 de noviembre de 2019.
Estos no son casos aislados. Son parte de una estrategia sistemática de represión contra el movimiento estudiantil y docente. Se trató de un asesinato selectivo ejecutado por escuadrones de la muerte al servicio de una dictadura que temía a los cuadernos más que a las balas.
La educación bajo el yugo de la narcodictadura
Durante los doce años de gobiernos nacionalistas, la educación pública sufrió un abandono premeditado. La cifra es brutal: más de 12,500 escuelas deterioradas, muchas de ellas convertidas en escombros, otras funcionando sin acceso a agua potable, mobiliario ni energía eléctrica. El mensaje era claro: destruir la educación pública para abrirle paso a la privatización. Miles de niños y jóvenes desertaron del sistema educativo por falta de espacios, de recursos, por hambre o por miedo.
Las protestas fueron criminalizadas. Los estudiantes fueron catalogados como “vándalos” y “terroristas”. Las universidades fueron militarizadas. En lugar de políticas educativas, se impuso el garrote. En lugar de abrir aulas, se abrieron fosas. Esa es la verdad histórica que el pueblo hondureño no debe olvidar.
Un nuevo amanecer: el renacer de la educación con el socialismo democrático
Con la llegada al poder de Xiomara Castro y el socialismo democrático, la educación ha retomado su papel como derecho y no como privilegio. En apenas cuatro años, el cambio ha sido tangible:
Más de 5,000 escuelas reparadas, con el objetivo de alcanzar 6,000.
Restablecimiento de la matrícula gratuita y la merienda escolar para más de un millón de niños y niñas.
Implementación de la educación trilingüe y de becas educativas.
El mayor presupuesto en educación de la historia de Honduras.
Programas innovadores como el de tutorías por teléfono, desarrollado junto al BID y la Red Solidaria, para niños en zonas rurales o en condiciones de vulnerabilidad.
Este no es un milagro. Es el resultado de una voluntad política firme de reivindicar la educación como el pilar de un país más justo, solidario y consciente.
El deber de recordar, el deber de construir
Este 11 de junio, las generaciones que hoy disfrutan de un pupitre digno deben mirar atrás. No para quedarse en el pasado, sino para entender que lo que hoy se celebra es fruto de una lucha dolorosa, muchas veces silenciada. La educación se defiende, se construye y se honra.
Que nadie olvide a Soad, a Daniel, a Elvin, a Ilse, a José Manuel. Que sus nombres se escriban en las pizarras y en los murales de cada centro educativo. Porque si hoy Honduras tiene futuro, es porque ellos nos lo heredaron con su sangre.
Hoy más que nunca, educar es un acto revolucionario. Y recordar es también una forma de enseñar.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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