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Elaborado por: Por Rafael Méndez.
República Dominicana, 8 jun (AHN) En un escenario político profundamente polarizado, hay un punto de coincidencia que trasciende las trincheras partidistas en Washington: la República Popular China representa, para republicanos y demócratas por igual, la principal amenaza estratégica a la supremacía global de Estados Unidos en el siglo XXI. Lo entiende así, y así lo proclaman y actúan en consecuencia.
Ya no se trata de diferencias sobre cómo enfrentar a Pekín, sino sobre quién lo hace con mayor dureza. Desde el Congreso hasta la Casa Blanca, se perfila una nueva Guerra Fría tecnológica, económica y militar, en la que el ascenso de China es visto como un desafío existencial al liderazgo estadounidense.
Trump regresa con línea dura: la confrontación como doctrina
Desde su regreso al poder en enero de 2025, el presidente Donald Trump ha reinstaurado un enfoque frontal y sin matices hacia el régimen chino. Ha aumentado los aranceles, intensificado las restricciones a la inversión y redoblado las sanciones a empresas vinculadas al Partido Comunista Chino, incluyendo gigantes como Huawei y TikTok.
Trump acusa a China de “saquear” la economía global y de utilizar su poderío tecnológico como arma geopolítica. Bajo su segundo mandato, ha resucitado la narrativa del “desacoplamiento estratégico”, impulsando leyes para reducir la dependencia estadounidense de las manufacturas chinas y relocalizar cadenas de suministro críticas, especialmente en sectores como energía, defensa y microelectrónica.
Su gobierno ha elevado el tono con respecto a Taiwán, incrementado patrullajes militares en el Mar de China Meridional y fortalecido la arquitectura defensiva en Asia-Pacífico junto a Japón, Corea del Sur y Filipinas.
Biden: legado multilateral de contención
Aunque menos beligerante en su retórica, el expresidente Joe Biden sentó las bases de la actual estrategia de contención contra China. Su gobierno promovió un enfoque multilateral, robusteciendo alianzas clave —como el Quad y la OTAN— para contrarrestar la expansión de Pekín.
Bajo su liderazgo, Washington aprobó ambiciosos programas como la Ley CHIPS y Ciencia, que no solo apuntaban a revitalizar la industria nacional de semiconductores, sino a frenar el acceso de China a tecnologías sensibles. Además, endureció los controles de exportación y estableció nuevas normas para impedir que capitales estadounidenses financien sectores estratégicos del rival asiático.
Aunque evitó expresiones incendiarias, Biden advirtió que “la batalla del siglo será entre democracia y autocracia”, apuntando directamente al modelo político chino.
El dilema interno de EE. UU.: Una rivalidad que marcará el siglo
A pesar del consenso político, persisten fisuras en sectores económicos. Wall Street y empresas tecnológicas como Apple, Tesla y NVIDIA —altamente integradas con el mercado chino— advierten sobre los costos de una ruptura abrupta. Silicon Valley teme perder acceso a capital, mano de obra y mercados clave.
Mientras tanto, la opinión pública estadounidense ha evolucionado: el número de ciudadanos que ven a China como una amenaza ha alcanzado niveles récord. Esto alimenta una narrativa populista que acusa a la élite de haber “vendido” a EE. UU. a los intereses chinos, especialmente en los estados industriales más golpeados por la deslocalización.
En suma, la rivalidad entre Estados Unidos y China ha dejado de ser una disputa de coyuntura para convertirse en el eje estructurante de la política exterior y de seguridad nacional norteamericana.
Demócratas y republicanos pueden discrepar sobre casi todo, pero están de acuerdo en una cosa: contener a China no es solo una opción, sino una prioridad estratégica para preservar la primacía estadounidense en un mundo que cambia aceleradamente.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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