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Elaborado por: Ester Oliva
24 sep (AHN) La ciudad de Tegucigalpa, fundada el 29 de septiembre de 1578 como “Real Villa de San Miguel de Tegucigalpa”, carga con más de cuatro siglos de historia, tradiciones y contradicciones. No es casual que, desde su origen, el día de San Miguel Arcángel —patrono de la ciudad— haya marcado el pulso de la vida cívica y religiosa de la capital hondureña. Con el paso del tiempo, esta fecha dejó de ser únicamente un ritual litúrgico o un acto solemne y se transformó en una fiesta popular que, en las últimas décadas, tomó la forma del Carnaval de San Miguel Arcángel.
Hoy este carnaval se ha consolidado como la celebración central del aniversario capitalino y se realiza cada año durante la última semana de septiembre, recorriendo el bulevar Suyapa. Allí, la ciudad entera se convierte en escenario de colores, música y convivencia. Desfilan carrozas temáticas, comparsas estudiantiles, grupos artísticos y culturales; se suman escenarios musicales con artistas nacionales e internacionales; los cielos se iluminan con espectáculos de luces y drones; y las calles se llenan de aromas a baleadas, tamales, carnes asadas y dulces tradicionales en las ferias gastronómicas. Sin embargo, lo más valioso de todo no son las carrozas ni los conciertos, sino la participación ciudadana: familias enteras que acuden a reír, compartir y sentirse parte de un mismo tejido social.
El carnaval, más que un espectáculo masivo, se ha convertido en un espejo de la identidad de Tegucigalpa y, por extensión, de Honduras. La celebración no se limita a recordar la fecha fundacional de la ciudad; también proyecta orgullo e identidad regional, mostrando al mundo que la capital no es solo sinónimo de crisis, tráfico o tensiones políticas, sino también de alegría, creatividad y capacidad de organización.
No hay que olvidar que el carnaval convoca a familias y vecinos de todos los barrios y colonias del Distrito Central. Durante unas horas, las diferencias sociales parecen desdibujarse: el obrero, la maestra, el estudiante y el pequeño empresario coinciden en un mismo espacio público. Allí conviven la música garífuna, los bailes folklóricos, las bandas de guerra escolares y las comparsas modernas. Es un recordatorio de que Honduras es diversidad, y que esa pluralidad cultural puede unirse bajo un mismo símbolo festivo.
En ese sentido, el carnaval no solo celebra el pasado colonial y religioso de Tegucigalpa, sino que reafirma la memoria colectiva. Cada carroza, cada traje típico, cada banda de guerra representa un pedacito de historia que se transmite de generación en generación. Y al hacerlo, el pueblo reafirma su derecho a mantener viva la memoria cultural en un país donde muchas veces lo urgente desplaza lo importante.
El carnaval no solo nutre el espíritu, también dinamiza la economía local. La organización del evento genera empleos directos en logística, montaje de escenarios, seguridad y transporte. A la par, cientos de emprendedores y comerciantes ven una oportunidad única: se multiplican las ventas en la gastronomía, la artesanía, los negocios de bebidas, dulces y productos típicos.
Sin embargo, más allá del espectáculo y la economía, el Carnaval de San Miguel Arcángel es un recordatorio de algo más profundo: el derecho humano a la recreación y al tiempo libre. Organismos internacionales lo reconocen como un derecho esencial, al mismo nivel que la educación o la salud, porque está vinculado al bienestar físico, emocional y social.
En una ciudad muchas veces asfixiada por el tráfico, la violencia y la polarización, el carnaval abre un espacio gratuito de esparcimiento donde niños, jóvenes y adultos pueden disfrutar del ocio sin distinción de clase o ideología. Ver a los más pequeños correr entre globos, a los adolescentes bailar al ritmo de batucadas y a los adultos mayores compartir recuerdos en un banco de la avenida es, en sí mismo, un acto de ciudadanía plena.
Este año, marcado por un ambiente electoral especialmente tenso, el carnaval adquiere un significado adicional. La población vive con ansiedad, saturada de propaganda, debates y conflictos partidarios. En este contexto, el carnaval se convierte en válvula de escape colectiva, en un bálsamo emocional que permite a la gente respirar, reír y recordar que más allá de las divisiones políticas, seguimos siendo parte de una misma ciudad y de una misma historia.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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