Elaborado por: Juan Carlos Monedero
2 nov (AHN) Venimos comentando que Donald Trump tiene tres probables escenarios por delante: una guerra civil en EEUU, una guerra mundial o que aparezca ahogado en un charco por intermediación de los que le colocaron en la Casa Blanca pensando que era una buena idea.
Recordemos que también los grandes empresarios alemanes decidieron, por invitación de von Papen, apoyar a Hitler como Canciller, pensando que los nazis iban a parar a los comunistas en las calles y que ellos, los conservadores, iban a gestionar el Estado.
La verdad es que en la noche de los cuchillos largos, die Nacht der langen Messeren, el 30 de junio de 1934, Hitler eliminó, junto a los sectores más sociales del nazismo, las SA -que además, cierto es, estaban molestando al ejército-, a los conservadores, ejecutando a los colaboradores de von Papen y encarcelando a este vicecanciller que era quien le había puesto en el cargo. Elegir a gente inconsistente nunca es un buen negocio.
Ha circulado en las redes un acertado y severo juicio sobre Donald Trump, obra del escritor Oliver Kornetzke, que escribe en Substack, y que merece la pena repetir:
“Miren. El cadáver purulento de la podredumbre estadounidense embutido en un traje que no le queda bien: la sordidez de un estafador, la cobardía de un evasor del servicio militar, la glotonería de un parásito, el racismo de un miembro del Ku Klux Klan, el sexismo de un canalla de barrio, la ignorancia de un borracho de bar y la avaricia de un depredador de fondos de cobertura; todo pintado de naranja con aerosol y exhibido como un cerdo premiado en una feria del condado. Ni un presidente. Ni siquiera un hombre.
Solo la destilación enfermiza de todo lo que este país jura no ser, pero siempre ha sido: arrogancia disfrazada de excepcionalismo, estupidez presentada como sentido común, crueldad vendida como dureza, avaricia exaltada como ambición y corrupción venerada como evangelio. Es la sombra de Estados Unidos hecha carne, un ídolo de calabaza podrida que demuestra que cuando una nación se arrodilla ante el dinero, el poder y el rencor, no solo pierde su alma, sino que defeca esta obscenidad inflada y la llama líder.”
No es menor que Kornetzke, un estadounidense de origen centroeuropeo, es decir, un norteamericano típico, diga que lo que EEUU siempre ha sido es “arrogancia vestida de excepcionalismo” y, en términos económicos duros, “avaricia exaltada como ambición y corrupción venerada como evangelio”.
Quizá le habría faltado a este escritor añadir algo así como:
“El fuego de los misiles es su puesta de sol preferida y el hedor del napalm y la carne quemada, su perfume: un patriota de sofá que ama la guerra porque jamás ha sentido su filo, que confunde la sangre ajena con patriotismo, el genocidio con estrategia y el robo con una escuela de negocios. No conoce de libros ni de geografía, pero se excita creyendo que el mundo lo adora o lo teme, y mira la muerte en otros países con la misma indiferencia con que otros ven concursos de cocina. Gira su cuerpo para dar un golpe de golf o para cumplir con el manual de contorsiones de la isla de Epstein de la misma manera que se gira para no mirar los efectos de las bombas y los misiles, siempre y cuando hagan sonar la caja registradora. Su amor a la guerra no nace del valor, sino del vacío y de la codicia de un psicópata que confunde la realidad con las películas y que cree que tiene derecho a enriquecerse y a matar porque, y así lo dicta la costumbre, está inaugurando una dinastía.”
Los norteamericanos han salido por millones a las calles a decirle que no quieren un rey. Y es paradójico, porque Trump viene del Tea party, un movimiento conservador que toma su nombre de los colonos norteamericanos que tiraron por la borda de los barcos los fardos con el té en señal de desobediencia al rey de Inglaterra. Y resulta que Trump, como casi siempre le ha pasado a la derecha norteamericana, no es que no quisiera a los Hannover, casa real entonces, sino que quería ser el rey de sus propios súbditos.
La respuesta de Trump ha sido inventar un video con IA donde defeca sobre los ciudadanos norteamericanos que hacen uso del derecho constitucional a la protesta. Eso es lo que hace Trump con la libertad de expresión, de reunión y de protesta, elementos básicos de las democracias representativas: se caga en ellas.
A ese señor que se caga en su pueblo, le ha dedicado María Corina Machado el premio Nobel de la guerra con el que la academia sueca ha querido sortear no dárselo ni a Trump ni a Netanyahu. Si Trump se caga en el Nobel y en sus ciudadanos ¿por qué no va a bombardear a los países que no le obedecen?
La actitud evidentemente criminal de Donald Trump está abriendo los ojos a mucha gente que creía que los problemas de Venezuela con EEUU eran algo que se explicaba por supuestas inconsistencias de la democracia en el país, como si los países que no han sido imperios o que no han sufrido los zarpazos de los imperios pudieran comportarse como Suiza. Quizá, si EEUU no promoviera golpes de Estado cada vez que un país intenta liberarse del yugo del antiguo régimen colonial, podría resultarles más sencillo.
Dar la cara por Venezuela en estos últimos años no ha sido tarea sencilla, porque uno de los objetivos del acoso era, precisamente, la estigmatización. Es obligatoria la comparación con el gobierno del Frente Popular español en 1936, cuando incluso el gobierno de León Blúm, el primer gobierno socialista de Francia, se negó a mandar armas al gobierno legítimo asediado por la coalición de Franco con Mussolini y Hitler. Lo pagaron caro, porque Alemania terminó, tres años después, invadiendo Francia y entrando al paso de la oca en París.
EEUU decidió construir con Venezuela el villano universal. El presidente Chávez hizo cosas desde su victoria en 1998 para las que la condición imperial norteamericana no estaba acostumbrada. Dijo que el territorio venezolano iba a seguir libre de bases norteamericanas, echó a la DEA del país por las relaciones de los norteamericanos con el narco, subió las regalías del petróleo, organizó la OPEP y subió los precios del petróleo, planteó la necesidad de incorporar otras monedas diferentes al dólar en el comercio mundial, ayudó a otras fuerzas de la izquierda latinoamericana a que se organizaran y ganaran elecciones, creó la UNASUR y la CELAC y mandó al basurero de la historia a la OEA (a cuya próxima reunión no van a ir ni México ni Colombia en solidaridad con Venezuela, Cuba y Nicaragua, países no invitados) o abrió relaciones con China y Rusia. Es decir, le dijo a los EEUU que Venezuela era territorio soberano.
Y EEUU, desde entonces, no ha parado de intentar tumbar a los gobiernos bolivarianos, primero con Chávez y luego con Maduro, desde el paro petrolero hasta el Nobel de la guerra a María Corina Machado pasando por el golpe de Estado de 2002 al que hizo fracasar el pueblo echándose a la calle y el bloqueo económico. (Tome nota Trump, por si sigue pensando en invadir Venezuela).
La presión en todos los países ha sido dura, reforzada por el exilio económico de millones de venezolanos que tuvieron que abandonar el país por el bloqueo y las sanciones y que son objetivo central del envenenamiento mediático que le echa la culpa al gobierno (y que tanto recuerda a la voluntad de Nixon de hacer “chillar” la economía chilena para que el pueblo dejara caer a Allende). Sin embargo, crece y crece el número de venezolanos que están regresando a su país cuando han experimentado en sus propias carnes lo que significa ser exiliado en el siglo XXI.
Ahora mismo Daniel Noboa está reprimiendo y asesinando a su pueblo en Ecuador. ¿Alguien se ha enterado? Algunos de esos que hicieron rimbombantes declaraciones sobre Venezuela ¿están diciendo algo de la represión en Ecuador? El asunto nunca tuvo que ver con los derechos humanos, algo con lo que, por cierto, aún hay muchos pendientes en todos nuestros países, en todos, y sobre lo que convendría poner más atención y no usarlo como un arma para golpear a los países que pone en la diana la necesidad geopolítica norteamericana y, por su seguidismo, europea.
Pero la coartada de que el problema era Venezuela se está terminando, porque Trump está diciendo lo mismo que de Maduro de, prácticamente, cualquier gobernante que no se le cuadra, incluidos a los que está ayudando, como Zelenski, al que no dudó en humillar.
La demencia de Trump ya está tomando tintes de insania mental. Petro dijo en Naciones Unidas que Trump es un asesino porque ha matado a seres humanos que iban en lanchas lanzándoles misiles. No eran narcotraficantes, pero aunque lo fueran. Todo el mundo tiene derecho a un juicio justo. Hoy sabemos que Trump mandó asesinar a pescadores colombianos y a ciudadanos de Trinidad-Tobago y de Venezuela. Se llaman asesinatos extrajudiciales, y la presidenta Sheimbaum ha recordado que “Hay leyes internacionales de cómo tiene que operarse frente a un presunto transporte de droga de manera ilegal o armas en aguas internacionales, y así lo hemos manifestado al Gobierno de Estados Unidos y públicamente”.
Ante ese señalamiento de Petro defendiendo la legalidad internacional, Trump ha contestado amenazando al gobierno de Colombia, retirándole ayudas e insultando sin pruebas a Gustavo Petro. No hay que descartar que pretenda hacer lo mismo con Sheinbaum.
El mismo Trump que amenaza a España para que se apresure en gastar más dinero en la OTAN y a la que también amenaza con sanciones, que amenaza a Brasil con subirle los aranceles por juzgar el intento de golpe de Estado de Bolsonaro, el Trump que ha indultado a los que intentaron el golpe de Estado entrando en el Capitolio, que insulta al pueblo argentino llamándoles muertos de hambre y que les dice que si no votan lo que él manda no tendrán préstamos, que amenaza a México por el fentanilo que se produce no en México, sino en los EEUU, consecuencia de su política de tolerancia farmacéutica, que obliga a Argentina y a Panamá a romper con las empresas chinas y que ha terminado acusando de ser el jefe del narcotráfico al presidente de la CELAC y presidente de Colombia, Gustavo Petro, quien más droga ha incautado en la historia del país y, encima, sin asesinar a nadie.
El mundo se está enterando de quién es Donald Trump y quién es EEUU. Y, repetimos, bienvenida sea esa izquierda que le compró el marco a los EEUU y que recomendaba dejar caer a Venezuela para que no se contaminaran, como nos pasaba a otros que nos negamos a comprar ese cuento. Nunca es tarde si la dicha es buena. Poco a poco, el mundo irá entendiendo que todos los ataques a Venezuela no tenían otra interés que robarles el petróleo. Y eso no significa que no haya que seguir trabajando ni que la democracia venezolana sea perfecta. Queda mucha tarea y el socialismo sigue siendo una asignatura pendiente. Pero significa que los ataques a Venezuela nunca tuvieron nada que ver con otra cosa que no fuera robarles el petróleo.
Al igual que hay mucho riesgo de que lo que ha pasado en Gaza pase en otros países, incluido México, no olvidemos que todo lo que han intentado en Venezuela, lo van a intentar en cualquier país que desobedezca a las élites que mandan en los EEUU. Incluidos los norteamericanos demócratas y, por supuesto, los inmigrantes en ese país.
Por eso, insistimos en que con Donald Trump hay tres salidas: una guerra civil en los EEUU, una guerra mundial -que está rondando- o una presión interna y externa que saque del gobierno a una persona que, si amenaza con prenderle fuego a su propio país, hay que entender que tiene muchos menos escrúpulos para prenderle fuego al mundo.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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