Elaborado por: Ester Oliva
Tegucigalpa, 20 jun (AHN) Desde hace más de cuatro décadas, Honduras vive formalmente bajo un régimen constitucional. Sin embargo, cada proceso electoral ha sido acompañado por una sombra que se repite con obstinación: el fantasma del fraude.
Este fenómeno, lejos de ser una casualidad, es la expresión más clara del control que los partidos tradicionales han ejercido sobre las estructuras del poder electoral.
El bipartidismo no solo ha sido incapaz de erradicar el fraude, sino que ha moldeado las condiciones para perpetuarlo, como lo hizo con la reelección ilegal de Juan Orlando Hernández en 2017.
Hoy, esa maquinaria se vuelve a poner en marcha. A medida que se acercan las elecciones de noviembre, ya se perfilan estrategias para deslegitimar cualquier resultado que no favorezca al poder tradicional. Una vez más, se sienten los movimientos que podrían utilizarse como justificación para no reconocer un eventual triunfo de Rixi Moncada, figura emergente de la oposición crítica y progresista. El libreto ya lo conocemos: sembrar dudas, manipular procesos, debilitar instituciones y desatar campañas de desinformación.
¿Cómo es posible que después de tantos años de vida constitucional no hayamos consolidado un sistema electoral confiable? ¿Por qué cada elección genera más incertidumbre que certeza?
La respuesta es sencilla pero contundente: el bipartidismo no ha querido ni ha podido construir un sistema transparente. A lo largo de su hegemonía, los partidos tradicionales han sido incapaces de diseñar y exigir una estructura electoral que garantice justicia, legalidad y democracia. Por el contrario, han manipulado las instituciones para su beneficio, creando un sistema viciado que favorece a quienes ya están en el poder.
El único proceso que puede señalarse con cierta legitimidad como democrático y transparente fue el que en 2021 le dio el triunfo a la presidenta Xiomara Castro. Una victoria que no solo fue un voto de confianza hacia una propuesta progresista, sino también una clara advertencia del pueblo al bipartidismo: los tiempos están cambiando.
Y aquí surge una pregunta inquietante para cualquier lector o lectora con conciencia ciudadana: ¿es casualidad que David Matamoros Batson, exmagistrado del Tribunal Supremo Electoral —cuya carrera está marcada por señalamientos de manipulación electoral— haya sido nombrado en el Parlacen, en el puesto que anteriormente ocupó Cossette López?
No es coincidencia. Es una jugada calculada. David Matamoros Batson es un nombre inseparable del término fraude. Su figura encarna el pasado oscuro de procesos electorales manchados por la corrupción y la falta de legitimidad. Y hoy, como si se tratara de una dinastía de impunidad, su influencia continúa operando a través de su yerno, Kilvert Bertrán, quien se mueve con soltura en las entrañas del Partido Nacional.
A la ciudadanía le queda claro: estas personas no han abandonado el escenario político. Solo han cambiado de máscara, se han reubicado en nuevas posiciones, pero siguen apuntalando la misma estructura de poder que ha asfixiado la voluntad popular durante décadas.
En este contexto de manipulación y continuismo, es fundamental recordar quiénes son los verdaderos dueños del poder: el pueblo hondureño. La soberanía no reside en los partidos, ni en las cúpulas empresariales o diplomáticas, sino en la ciudadanía consciente y organizada.
El voto no es una formalidad. Es un acto de rebeldía, de dignidad, de justicia. Con el voto, el pueblo puede castigar a quienes lo han traicionado. El sufragio puede extinguir partidos con más de medio siglo de historia si estos se niegan a transformarse, si persisten en tratar al electorado como un rebaño que puede ser manipulado a conveniencia.
Este artículo es una advertencia: el bipartidismo debe tener cautela. No por miedo a la oposición política, sino por respeto al pueblo hondureño. Porque cuando el pueblo se harta, su respuesta puede ser definitiva. La historia de América Latina está llena de ejemplos donde las estructuras tradicionales colapsaron por subestimar la conciencia popular.
Que no les parezca extraño si un día despiertan y ya no tienen base electoral, si sus discursos ya no generan eco, si sus alianzas ya no les garantizan nada. Porque el pueblo aprende, se organiza y actúa.
La “muerte súbita” del bipartidismo no es una amenaza, es una posibilidad. Y depende enteramente de cómo traten al pueblo en los próximos meses.
La democracia no se mendiga. Se construye, se defiende y, cuando es necesario, se arranca de las manos de quienes la han secuestrado.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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