• diciembre 17, 2025

Venezuela bajo asedio: el imperialismo en su máxima expresión

Elaborado por Leoncio Alvarado Herrera

17 dic (AHN) El imperialismo contemporáneo, encabezado por Estados Unidos, vuelve a exhibir sin ambigüedades su lógica estructural de dominación y control global, sustentada en la violación sistemática de la soberanía de los pueblos. Lo que hoy ocurre con Venezuela constituye uno de los ejemplos más evidentes de transgresión al derecho internacional y al principio de autodeterminación.

No se trata únicamente de la ambición de mantener la hegemonía mundial, sino de la profunda crisis de sostenibilidad del capitalismo, un sistema que requiere permanentemente del saqueo de los recursos ajenos para garantizar su propia supervivencia.

Esta es la lógica intrínseca del capitalismo: la apropiación del trabajo y de la riqueza de otros pueblos como condición para su reproducción. En ese esquema, siempre debe existir una víctima. Bajo tales premisas, conceptos como igualdad, justicia o valores humanos quedan reducidos a consignas vacías.

Hoy Estados Unidos lo expresa sin disimulo: las riquezas de Venezuela le pertenecen. Para justificar esta pretensión, ha recurrido durante décadas a la fabricación de acusaciones, como el supuesto “Cartel de los Soles” o la asociación del Tren de Aragua con el terrorismo, con el fin de criminalizar al presidente Nicolás Maduro y al Estado venezolano. La historia demuestra que quien defiende sus recursos naturales, ejerce soberanía y se niega a alinearse con intereses comerciales, geopolíticos o incluso del narcotráfico, es rápidamente etiquetado como “terrorista”.

El saqueo global se intensifica cuando el imperio entra en una fase de agotamiento. Aunque a simple vista Estados Unidos parece haber resuelto sus contradicciones internas, la realidad es otra: es el mayor consumidor de drogas del mundo, el país más militarizado del planeta y enfrenta una deuda pública colosal que compromete seriamente su estabilidad económica.

Su sostenibilidad ya no depende de políticas internas sólidas, sino de una política exterior agresiva y extractivista. Actualmente, su deuda pública ronda los 38,483 billones de dólares, equivalentes al 121,64 % de su PIB, superando ampliamente los 31,400 billones registrados en 2023 cuando se debatía el techo de la deuda. La pregunta es inevitable: ¿cómo se paga esa deuda? La respuesta es clara: mediante la apropiación de recursos en otros países a través de políticas que en el fondo son desiguales para las partes interesadas.

En este contexto, Venezuela ocupa un lugar estratégico. Posee las mayores reservas probadas de petróleo del planeta, con más de 300 mil millones de barriles, suficientes para abastecer durante aproximadamente un siglo. En contraste, las reservas estadounidenses se encuentran en franco declive. De ahí que las políticas internacionales de Washington adopten un carácter cada vez más directo, sistemático y extractivo, orientado a sostener su hegemonía.

Si el imperialismo opera bajo una lógica de intercambio desigual de recursos, donde la mayor parte de las ganancias se concentra en el centro del poder, cabe preguntarse cómo pretende perpetuar este modelo en un mundo de recursos finitos. No es casual que la mayoría de los conflictos armados contemporáneos giren en torno a esta disputa.

Para garantizar ese acceso privilegiado a los recursos, Estados Unidos promueve en la región modelos de “democracia” funcionales a sus intereses, convirtiendo a ciertos Estados en meras sucursales del imperio. Estas democracias tuteladas benefician a élites políticas y económicas, mientras las grandes mayorías continúan sumidas en la pobreza y la exclusión. No se trata de una democracia genuina capaz de transformar las estructuras sociales, sino de un mecanismo de administración del saqueo.

Conceptos como democracia, libertad y seguridad han sido deliberadamente distorsionados. Existen, sí, pero solo para unos pocos. No se materializan en la vida cotidiana de la mayoría de la población mundial. Haití es un ejemplo elocuente: formalmente “libre” bajo la lógica capitalista, pero convertido en el país más pobre de América Latina y el Caribe. La libertad, en este marco, se reduce al control del poder por parte de oligarquías incrustadas en todas las regiones, piezas funcionales de un engranaje global de dominación.

En este escenario, Venezuela emerge hoy como un símbolo mundial de dignidad, soberanía y autodeterminación de los pueblos. Al resistir agresiones externas, bloqueos y amenazas, incluidos bloqueos navales. Representa, además, la esperanza de una emancipación real para los pueblos de América Latina y el Caribe, frente a un orden imperial que se resiste a aceptar su propio declive.

La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.

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