Elaborado por: Ester Oliva
Tegucigalpa, 2 may (AHN) En Honduras, los partidos políticos tradicionales jamás han sido parte real de un movimiento social. Su conexión con el pueblo es inexistente porque nunca han compartido sus luchas ni su dolor. Mientras la resistencia popular nace de las calles, del hambre, de la represión, los partidos tradicionales solo han sabido organizarse alrededor de la corrupción y del mantenimiento del poder para unos pocos.
La historia de Honduras —la verdadera, no la oficial— se está reescribiendo desde abajo. Es la historia que se grita en pancartas, se murmura en radios comunitarias, se plasma en murales y afiches artesanales. Es la historia de quienes han sido subalternados, en el sentido que nos propone Antonio Gramsci: pueblos a quienes se les ha negado una voz legítima en los espacios institucionales, pero que han encontrado en la denuncia y la protesta su forma de expresión.
La calle es el escenario donde nace la resistencia popular. Es ahí donde se gestan los estallidos sociales, no por voluntad espontánea, sino como resultado de años de exclusión, saqueo y represión. Las exigencias del pueblo no emergen de los pasillos del Congreso ni de los despachos ministeriales: nacen desde las aceras, los barrios, las fábricas, los campos, los sindicatos. La movilización social no es un llamado desde el poder, sino un grito desde abajo.
La marcha del 1º de mayo es una de esas expresiones. Aunque la convocatoria es libre, el homenaje es claro: se conmemora a las y los trabajadores. No se honra a presidentes, ni a ministros. De hecho, salvo la excepción de Manuel Zelaya, ningún presidente o alto funcionario de los partidos Nacional o Liberal ha tenido la valentía —o el compromiso— de unirse sinceramente a las luchas populares. Los acuerdos que valen no nacen en salones alfombrados, nacen del calor del asfalto, de la presión organizada, del sacrificio colectivo.
Queridos expresidentes y exministros: las denuncias están en las calles. Es ahí donde se construyen las soluciones reales, no en las oficinas donde ustedes pactan con la élite económica. Y quizás por eso nos temen. Porque los partidos tradicionales están plagados de elitismo, nos desprecian, nos ven como una masa ignorante y pobre. Pero su gran error ha sido confundir la falta de recursos con la falta de dignidad. Nosotros, el pueblo, somos ricos en fe, en amor por la vida y en compromiso con la patria.
Hoy, Honduras está construyendo una historia alternativa. En esta historia, el protagonista ya no es el político de turno, sino el pueblo organizado. Obras como “Golpe de Estado 28 J” dan voz a quienes nunca la tuvieron. Esa voz también resuena cada Día del Trabajador, recordándonos que ningún derecho nos fue concedido por generosidad de las autoridades. Cada conquista fue arrancada a pulso, con sangre, cárcel y exilio. Fue el sacrificio de quienes paralizaron el país en nombre de la justicia.
Por eso, a los partidos tradicionales les decimos: no se atrevan a apropiarse de estas luchas. No entienden lo que hay en el fondo, no saben lo que significa poner el cuerpo frente a un escuadrón, ni lo que implica sostener una huelga sin comer. La derecha no teme que hablemos; teme que nuestras voces se escuchen. Porque cuando nuestras historias salen a la luz, se revela su verdadera cara: la de una clase que ha vivido a costa del pueblo, mientras simula representar sus intereses.
La resistencia no se decreta; se vive. Y el futuro de Honduras no está en manos de las cúpulas partidarias, sino en las manos callosas de quienes trabajan, resisten y sueñan.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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