Consejo de Ministros aprueba Presupuesto General 2026 sin aumentar impuestos en Honduras
Elaborado por: Lois Pérez Leira
29 ago (AHN) La reciente y contundente declaración del intelectual español Ignacio Ramonet no es solo un gesto más de solidaridad en el complejo tablero geopolítico internacional. Es un grito de alerta, una llamada a la memoria histórica y un espejo en el que la comunidad global debería mirarse para no repetir los errores más catastróficos del siglo XXI. Su defensa de Venezuela tras el despliegue militar estadounidense va más allá del apoyo ideológico; es una denuncia fundamentada en un patrón de conducta que ya conocemos y cuyas consecuencias fueron desastrosas.
Ramonet, con la autoridad que le confiere su trayectoria como analista geopolítico y ex director de Le Monde Diplomatique, no habla desde la ingenuidad. Lo hace desde la experiencia traumática de las guerras de desestabilización e invasión que marcaron la era post-11S. Su punto más crucial, y el que debería generar más escalofríos, es la comparación directa con Irak. “Acuso a la Administración norteamericana de mentir hoy descaradamente sobre Venezuela… igual que mintió en 2003 sobre Irak”. Esta no es una analogía retórica vacía; es una acusación precisa.
La fabricación de pruebas sobre armas de destrucción masiva que nunca existieron fue el casus belli para una guerra que desangró a un país, desestabilizó una región entera y costó cientos de miles de vidas. Ramonet nos urge a recordar que el manual de operaciones del intervencionismo suele repetirse: primero, la construcción mediática de un enemigo grotesco; después, la justificación “humanitaria” o de “seguridad nacional”; y finalmente, la acción militar o el estrangulamiento económico.
El análisis de Ramonet desmonta metódicamente la narrativa imperante. Señala que la actual ofensiva, de “rancio olor colonial”, no es un hecho aislado, sino la punta de lanza de una estrategia más amplia y perversa: el bloqueo económico. Al impedir la entrada de medicamentos, alimentos e insumos vitales, estas sanciones —ilegales según el derecho internacional— no golpean a los gobiernos, sino al pueblo mismo. Son un castigo colectivo diseñado para generar tal malestar que la población, desesperada, termine abrazando cualquier cambio, incluso uno impuesto desde fuera. Es la guerra híbrida donde el sufrimiento civil se convierte en un arma política.
Tras este objetivo inmediato de desestabilización, Ramonet identifica el móvil final, tan viejo como el colonialismo mismo: los recursos. El petróleo, el gas, las “infinitas riquezas minerales y naturales” de Venezuela son el botín que se vislumbra tras la retórica sobre democracia y libertad. Es una acusación que resuena con fuerza en una América Latina históricamente saqueada, y que coloca el conflicto en su verdadera dimensión: una lucha por la soberanía nacional frente a los apetitos de potencias extranjeras.
Finalmente, su llamado no es solo a la observación, sino a la acción. Al convocar a los “colectivos progresistas del mundo”, Ramonet apela a la conciencia internacional para evitar que se consuma, una vez más, una injusticia bajo la fachada de una mentira. Reiterar la solidaridad con el pueblo venezolano y con su gobierno constitucional, encabezado por Nicolás Maduro, es, en su visión, un acto de defensa del principio básico de la autodeterminación de los pueblos y de rechazo a la ley del más fuerte.
La declaración de Ignacio Ramonet es, en esencia, una advertencia solemne. Nos recuerda que los fantasmas de Irak y Libia no descansan, sino que buscan nuevos lugares donde posarse. Ignorar su voz y los paralelismos históricos que traza sería, quizás, nuestra mayor irresponsabilidad.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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