• septiembre 13, 2025

Cuando se respeta la bandera se respeta al pueblo: un llamado a la acción

Elaborado por: Leoncio Alvarado Herrera

Tegucigalpa, 2 sep (AHN) En 1866, durante el gobierno de José María Medina, se decretó la bandera como símbolo nacional. Desde entonces, este estandarte ha representado los valores más genuinos de la Patria: la paz, la pureza y la serenidad. La bandera no es solo un emblema que flamea en actos cívicos; es un recordatorio permanente de los fines que deben guiar a la nación en beneficio de todos sus ciudadanos.

El sistema educativo tiene un papel crucial en este sentido: inculcar el respeto y conocimiento de los símbolos patrios, de manera que desde temprana edad los hondureños aprendan a orientar su conducta y accionar hacia esos valores. Aunque la forma de la bandera haya evolucionado con el tiempo, su significado permanece inmutable y nos interpela a hacerla realidad en la vida cotidiana.

Al ser un símbolo patrio inevitablemente está ligada a nuestra identidad nacional, misma que constituye un proceso histórico que inició con la independencia en 1821 y que se ha ido consolidando a través de políticas, luchas sociales y transformaciones culturales durante los siguientes años y con distintos gobiernos. No siempre los gobiernos han estado a la altura de los valores que simboliza la bandera: algunos han actuado en favor de la paz y el desarrollo, mientras otros han traicionado esos principios por responder a intereses más particulares. Aun así, puede afirmarse que cada esfuerzo, cada proyecto en beneficio colectivo, suma en la tarea de dignificar la nación.

Tras la oficialización de la bandera, la Reforma Liberal impulsada por Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa (1876-1893) abrió un periodo de cambios profundos. Se buscó plasmar elementos culturales, históricos y sociales que definieran nuestra identidad hondureña a través de la literatura y documentación oficial del Estado. Ese proceso, aunque no fue absoluto, contribuyó, de alguna manera, a la consolidación de lo que hoy entendemos como Patria con nuestra propia idiosincrasia y características. Esto se complementa, se enmarca se conjuga en tres ejes que nos acobijan: territorio, población y leyes, que convergen en la conformación del Estado, mismo encargado de garantizar la paz, pureza y serenidad. La pregunta inevitable es: ¿qué tan lejos estamos o hemos estado de alcanzarlo?

Basta con examinar críticamente algunas acciones de los gobiernos para determinar si son patrióticas o apátridas: ¿conducen a la paz y a la dignidad decisiones como la venta de territorio a través de las ZEDES? ¿La concesión indiscriminada de recursos naturales que desplaza a pueblos originarios? ¿La privatización de bienes públicos? ¿O la corrupción institucionalizada bajo alianzas público-privadas? Claramente, no.

Estas prácticas atentan contra la esencia misma de la Patria. En contraste, sí construimos nación cuando invertimos en carreteras, escuelas, energía accesible, salud pública, apoyo a la clase trabajadora y proyectos que fortalezcan la equidad social. Ese camino, sin duda, conduce a la paz y honra los valores que ondean en nuestra bandera.

Ahora bien, conviene reconocer que la concepción misma de “Patria” fue impuesta en tiempos de la conquista española. Sin embargo, nuestra misión como nación independiente es resignificarla: una Patria que no colonice ni se deje colonizar, pero que establezca relaciones internacionales basadas en el respeto mutuo y la soberanía. El verdadero sentido de Patria debe traducirse en políticas públicas, acciones sociales y decisiones de Estado que encarnen los valores que simboliza nuestra bandera, tanto en el ámbito interno como en el exterior.

La bandera, en su esencia simbólica, no es un mero adorno; es una exigencia constante. Nos demanda hechos, leyes, políticas y organizaciones que trabajen por la paz, no para unos pocos, sino para los más de diez millones de hondureños. Respetar la bandera es, en última instancia, respetar la Patria: velar por el desarrollo, la transparencia, la independencia y la soberanía territorial. En ese horizonte no cabe la injerencia extranjera, la explotación, leyes injustas,  sino la convicción firme de que la dignidad nacional debe prevalecer siempre.

La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.

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