Honduras anuncia rebaja en el precio de los combustibles después de Semana Santa
Por: Sinrry Salamanca
Tegucigalpa, 19 mar (AHN) Honduras es un país de raíces profundas, un mosaico de culturas y etnias que han dado forma a su historia y su presente. Nueve pueblos conviven en su territorio: mayas chortíes, pech, tawahkas, garífunas, misquitos, creoles, lencas, tolupanes y mestizos. Somos una nación multicultural y pluriétnica, aunque a menudo lo olvidemos. De hecho, negar este origen común es negar la esencia misma de lo que somos.

En este contexto, las declaraciones del candidato presidencial del Partido Liberal, Salvador Nasralla (unos de los hombres más inteligentes de Honduras, según lo afirma), refiriéndose de manera despectiva al coordinador general del partido oficialista Libertad y Refundación (Libre), no son solo desafortunadas: son una demostración de la profunda ignorancia que sigue marcando el discurso público en Honduras, en una sociedad donde el reconocimiento es clave para la cohesión social, reducir la identidad de un adversario a una etiqueta peyorativa como “indio” no solo es ofensivo, sino también peligroso.
Pero antes, hablemos un poco de historia, pues en el pensamiento occidental el padre de la antropología fue Immanuel Kant al ser el primero en proponer la creación de una ciencia que estudiara la esencia del hombre, esto se puede leer en su famosa crítica de la razón pura, ya que para Kant captar la esencia del hombre no solo requería los esfuerzos de la ontología.
En su desarrollo histórico la antropología clasificó inicialmente las poblaciones en razas para tratar de comprender al hombre y basado en sus características fenotípicas, pero este enfoque fue abandonado hace mucho tiempo por considerarlo incorrecto científicamente, ya que las características fenotípicas corresponden a las características o rasgos observables en un organismo como su morfología, desarrollo, propiedades bioquímicas, fisiología y comportamiento, una pequeñez que ignora el pensamiento del ingeniero, como vemos, las características fenotípicas no son necesarias ni suficientes para clasificar a las personas y forman parte de otro orden de conocimiento dentro de la antropología.
Para el filósofo Axel Honneth el “reconocimiento” no es solo una cuestión de cortesía o respeto mutuo, sino un elemento fundamental para la construcción de la propia identidad y la autonomía personal, sin reconocimiento los individuos no pueden desarrollar una imagen positiva de sí mismas ni participar de manera plena en la vida social de sus sociedades, esto es así porque para Honneth las personas necesitan ser reconocidas en tres niveles fundamentales.
Primero, el amor, este se da en nuestras familias al momento de nacer, es el primer nivel en el que una persona experimenta la validación de su existencia, el segundo seria el derecho, este es el nivel del reconocimiento jurídico y corresponde al reconocimiento como ciudadano con derechos y deberes dentro de una comunidad política, en el que todos somos iguales ante la ley, nunca como ciudadanos de segunda categoría o “indios”, y el tercer nivel correspondería para este autor a la solidaridad, o lo que él llama también reconocimiento social, este nivel se relaciona con el valor que la sociedad otorga a los individuos en función de sus contribuciones y capacidades, para Honneth cuando cualquiera de estos tres niveles falla se genera una forma de irrespeto o de menosprecio lo que siempre lleva a la exclusión, la injustica o la violencia social como por ejemplo cuando le llamamos “indio” a una persona.
Uno de los aspectos mas relevantes de la teoría de Honneth es que los conflictos sociales no solo se deben a problemas políticos o económicos sino también a la falta de reconocimiento, esto sucede cuando ciertos grupos sociales son sistemáticamente despreciados e ignorados como con los “indios” de nuestro país, algo que no entiende el ingeniero es que nuestra identidad no se forma en el vacío, sino en interacción con los demás, aunque tenemos una visión clara de quienes somos, esta visión solo se valida a través del reconocimiento que recibimos de los demás.
Edmundo Husserl también se expreso en este sentido diciendo por medio de su concepto de “otredad” que son los otros los que nos hacen, es decir, yo puedo afirmar quien soy, porque hay muchos otros que reconocen quien soy, y lo vamos a ilustrar con un ejemplo más claro, cuando unos de nuestros padres muere, sentimos una gran sensación de vacío y casi de desintegración existencial, esto se debe a que experimentamos una pérdida de reconocimiento fundamental de nuestra existencia por parte de las personas que la propiciaron, es por eso que se experimenta tan hondamente esa perdida, son los otros los que nos hacen, algunos también lo experimentan con sus mascotas, Axel Honneth insiste por esto en que el reconocimiento no es un lujo ni un simple deseo subjetivo sino una necesidad humana básica.
Según William Edward Burgardth Du Bois cuando nos vemos al espejo vemos una percepción interna de nosotros mismo que define nuestra identidad, pero además vemos en ese reflejo lo que el llama una “mascara impuesta” desde afuera, una visión distorsionada que la sociedad coloca sobre nosotros, como la de “indio” que Nasrralla quiso colocar sobre Manuel Zelaya, lo que el “ingeniero” no puede comprender es que en términos antropológicos, psicológicos y sociales esto afecta la manera que los individuos se entienden a si mismos y el lugar que ocupan en el mundo.
Esto genera, según Du Bois, el problema de la “doble conciencia”, esta se caracteriza por la negociación constante que debe realizar una persona o un grupo social entre su propia identidad y la que le impone el sistema, como la de “indio por ejemplo, la doble conciencia implica entonces que debo de verme a mí mismo a través de los ojos de los demás, esto implicaría también que la identidad propia no se construye desde la interioridad sino que estaría condicionada por los prejuicios y estereotipos que la sociedad le impone a las minorías, es decir, en nuestro contexto, una persona no solo se puede ver como individuo, sino que debe de verse como “indio”, esto llevaría a concluir que la existencia se define por una mirada externa que nos considera inferior, problemático u otro.
Lo que se pretende según este autor es introyectar en los individuos una doble conciencia de sí mismos, hasta convertirse en la sensación de vernos a nosotros mismos a través de los ojos de los demás, esto genera en los individuos una división interna, que estaría conformada por el yo real que intenta desarrollarse con autonomía propia y en segundo lugar, el yo social, que en el caso de Manuel Zelaya debe de ser el de “indio” según el “ingeniero”.
En términos filosóficos esto implicaría un desdoblamiento del “ser-para-si” y el “ser-para-los-otros” de Sartre, pero con un componente racial y estructural que busca hacerlo mucho más opresivo, esto también se puede extrapolar a otros casos como una mujer en un puesto gerencial, a la que fácilmente se le considera emocional y delicada al momento de toma decisiones y menos racional que un hombre, o un estudiante pobre becado en una universidad privada al que se le puede considerar fácilmente como “fuera de lugar”.
Los ejemplos arriba mencionados nos muestran lo que Du Bois quiere decir, la doble conciencia consiste en que una identidad es marginada y estereotipada para someterse pasivamente a la cultura domínate, ese apelativo de “indio” que el ingeniero utilizo muestra que estando ya veinticinco años dentro del siglo XXI nuestra sociedad necesita un proceso de transformación mutua en el que toda nuestra sociedad aprenda a reconocer la validez de las múltiples formas de ser, debemos superar el estadio de la doble conciencia de la que nos habla Du Bois, donde los individuos interiorizan la mirada del opresor, las palabras de Nasrralla muestran claramente esta intención, decía Martin Heidegger que cuando uno no piensa, es pensado, las palabras del ingeniero muestran claramente como somos pensados por parte de los grupos dominantes, esto también muestra como los grupos de poder pretenden moldear la identidad de las personas.
Según el INE Honduras en el 2019 tenía una tasa de alfabetización del 89% con un promedio de escolaridad en la población de 7 a 9 años, esto deja a nuestro país con uno de los promedios de escolaridad mas bajos de la región, otro dato estadístico muestra que de cada 100 jóvenes en nuestro país solo 17 logran ingresar a la universidad, de acuerdo con otras estimaciones, hay más de 215,000 hondureños que estudian en las 20 universidades del país, lo que para un país de casi diez millones de habitantes nos dejaría con un 0,2% de la población en condición de estudiante universitario, lo que es igual a muchos bachilleres.
Esto se parece mucho a otro dato estadístico muy cruel y perverso de Honduras durante el “Cariato” (régimen militar de Tiburcio Carias), en aquel entonces nuestra población era de un millón de hondureños aproximadamente y de estos según el sociólogo Edelberto Torres Rivas en su libro “la piel de Centroamérica” solo dos mil tenían zapatos, y solo habían también 176 universitarios.
Uno de los profundos problemas filosóficos en la declaración del ingeniero es que no entiende que existencia y libertad son dos caras de una misma moneda, el ve la libertad en función de las condiciones sociales y personales de los sujetos, esto implicaría que la libertad no es absoluta en su esencia y estaría condicionada por factores sociales económicos, políticos etc.
Esto negaría lo propuesto por Sartre, al decir que el hombre está condenado a ser libre, a cerca de ser bachiller con antelación ya le respondía Alfonso Guillen Zelaya al “ingeniero mas inteligente de Honduras”:
Lo esencial no está en ser poeta, ni artista, ni filósofo [ni bachiller], lo esencial es que cada uno tenga la dignidad de su trabajo, la conciencia de su trabajo el orgullo de hacer las cosas bien, el entusiasmo de sentirse satisfecho de querer lo suyo.
Es la sana recompensa de los fuertes, de los que tienen el corazón robusto y el espíritu límpido dentro de los sagrados números de la naturaleza, ninguna labor bien hecha vale menos, ninguna vale más, todos somos algo necesario y valioso en la marcha del mundo.
El que construye la torre y el que construye la cabaña, el que teje los mantos imperiales y el que cose el traje humilde del obrero, el que fabrica las sandalias de seda imponderables y el que teje la ruda suela que defiende en la heredad el pie del trabajador.
La opinión del autor no necesariamente responde a la línea editorial de la Agencia Hondureña de Noticias.
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